Entradas

Comision inspectora

Imagen
La sala de reuniones parecía un escenario improvisado, donde la comisión inspectora actuaba con precisión impenetrable.  Él estaba allí, convocado por su experiencia. Le pedían opinión de vez en cuando, no tanto por valorarla, sino para confirmar que seguía allí, presente.  Mientras tanto, alguien repartía algunos objetos. como: tarjetas, souvenirs, piedras.  La conversación avanzaba, pero sin dirección. Un experto mencionó millones de documentos, todos almacenados, imposibles de ver, y la forma correcta de acceder a ellos se convirtió en el eje de un discurso caótico.  No había manera de seguir el rastro entre las palabras, que se dispersaban como polvo.  La reunión terminó, no con una conclusión, sino con una disolución silenciosa. Todos se levantaron. Afuera, buscó al experto, aquel que le daría respuestas esperadas. Pero no había nadie.  Quería respuestas, pero el vacío se lo tragaba.  Supo entonces que el experto jamás había existido.

La invitación

Imagen
John lo había invitado a esa reunión, una conversación sobre música que pronto se convirtió en una evocación de conciertos pasados, en alguna parte del sur de Inglaterra. Él escuchaba con fascinación, cuando le preguntó a John si alguna vez traería su espectáculo a Argentina, la respuesta afirmativa, acompañada de una invitación con un descuento del 50%, lo llenó de inmensa alegría. Agradeció y se marchó, bajando las escaleras con entusiasmo, pero apareció el mozo, subiendo con una bandeja de copas. Sin detenerse a pensar, levantó el pie derecho y lo pasó por encima de la bandeja, mientras su cuerpo giraba con una elegancia indescriptible. No tocó ni una sola copa.  Lo que debía ser un accidente se transformó en una coreografía absurda y perfecta. Pero al aterrizar, se preguntó:  ¿Qué había evitado, en realidad?

El ropero

Imagen
El día era sereno, el vaivén del agua lo acunaba en una tranquilidad interna.  A su lado, un marinero, lo interrumpió con voz grave: "Usted tiene que tener un ropero."  La frase, que sonaba más a mandato que a sugerencia, lo sacudió. No por el contenido, sino porque no la entendía: ¿Por qué un ropero? Confundido, respondió con una pregunta: ¿Tiene usted hijos?, como si esa fuera la clave para desentrañar su comentario.  Pero la respuesta del marinero, corta y seca, solo añadió más peso a la confusión que lo rodeaba: "No." Agradeció el consejo de manera automática, como quien asiente a algo irrefutable, pero se aferró a su pequeña verdad: con una percha le bastaba.  No necesitaba más espacio. No necesitaba más de lo que ya tenía.  Esa era su forma de estar en el mundo, un equilibrio precario pero suficiente.  Sin embargo, tras esas palabras, el día no volvió a la tranquilidad.

Tantra

Imagen
Estaba suspendido, en una quietud que al mismo tiempo era un movimiento sin fin. Una energía luminosa, invisible, lo unía al otro cuerpo, un ensamble, una unidad.  Los labios se habían sellado en un beso interminable, una conexión que parecía expandirse más allá del tiempo.  Mientras giraban, flotando en el vacío, orbitaba el uno con el otro, como dos planetas en un sistema inalterable.  Estaban atados, no por la pasión, sino por una fuerza desconocida, desencadenada, de energías que oscilaban al unísono. Él sentía que la luz que los conectaba provenía de algún lugar lejano, del universo, donde las reglas de la gravedad y del deseo eran reemplazadas por una ley suprema. 

Ausencia absoluta

Imagen
Lo observaba a través del vidrio como se mira a una criatura lejana, prisionera en una jaula invisible.  Su padre, siempre tranquilo, se hallaba atrapado en una burbuja de aislamiento, donde la enfermedad se aferraba a su piel bajo la forma de globos amarillos, como parásitos que la medicina había sido incapaz de combatir.  Aquello era un fracaso y el fracaso lo abrumaba desde dentro. Se apartó, intentando hallar espacio para procesar el horror, el malestar profundo de ver cómo se desmoronaba el cuerpo de su padre.  Entonces, en un acto de voluntad incomprensible, levantó sus manos hacia el cielo y sintió fluir la energía, una fuerza vital, invisible, que atravesaba su interior. Luego, canalizó esa fuerza a través del vidrio, apuntando hacia los globos, y uno a uno comenzaron a desaparecer. Primero los del brazo, luego los del torso, hasta que no quedó rastro de ellos. Pero al terminar, se hizo un vacío a su alrededor. No había nada, sólo un espacio inmenso y una quietud interminable,

El poder de la violencia

Imagen
El edificio se alzaba en espiral, un rulero que desafiaba la gravedad, retorciéndose sobre sí mismo hacia las alturas.  E scalaba sus incontables peldaños, cada uno más alto, cada uno más pesado, mientras su ansiedad aumentaba con cada paso.  El viento aullaba y el edificio, danzaba a su ritmo , transformándose en una criatura viva que amenazaba con devorarlo. Huyó, buscando refugio en la ciudad, pero la calma era efímera. Un tranvía, una isla flotante en un mar de asfalto, lo alejó por un instante de la pesadilla, pero la paz era ilusoria. Una sombra de persecución lo alcanzó. Los pasos resonaban detrás de él, una amenaza que crecía a cada segundo. Se escondió en un garaje, pero allí en la oscuridad, sabía que era una presa fácil. “No te muevas”, ordenó una voz áspera. Era una amenaza que iba más allá de lo físico, que lo redujo a la nada.  Gritó, el taxi que pasaba lo escuchó, pero prefirió huir. Lo obligaron a caminar, a someterse ante la violencia degradante.  La dialéctica, su úni

Extasis

Imagen
El tren, una serpiente de metal, se deslizaba por los rieles, pero él, en el umbral de la partida, sintió un impulso irrefrenable de descender.  La ciudad, un laberinto de calles y casas, lo acogió con extrañeza.  Al llegar a un barrio de techos altos, se encontró con tres hombres que lo observaban. Les preguntó por su labor, pero sus respuestas eran tan enigmáticas como sus sonrisas. "Vas a encontrar a alguien arriba", dijo uno, sin más.  Subió corriendo las escaleras hasta un dormitorio donde, bajo un acolchado, una mujer lo esperaba en silencio.  Al descubrir quien era, cayó rendido ante la belleza de su cuerpo y la negrura de su cabello.  Deslizó sus dedos por su cabeza, sintiendo un placer inusitado. Un calor lo invadió, una oleada de emociones lo confundía.  Era amor intenso y puro, un amor que lo llenaba y lo destruía al mismo tiempo. Un éxtasis inexplicable.