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La cuchillada

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Despertar era siempre un acto contrario al sueño. Esta vez, con violencia.  Un cuchillo, clavado en el marco de la puerta, del dormitorio vecino, le daba una bienvenida hostil.  La escena que se desplegaba ante sus ojos era una alegoría, un caos inexplicable, personajes paralizados por el horror, y su hijo, su propia carne, convertido en un instrumento de destrucción. La víctima, era el hombre herido, con su mirada serena, encarnaba la aceptación de lo absurdo, con resignación. La herida, superficial, era una metáfora de las heridas invisibles anidadas en el alma de mi hijo. En el abrazo grupal con sus hijas, el protagonista encontraba un refugio precario.  Las lágrimas que caían por sus mejillas eran un lamento por un mundo que se desmoronaba, por una familia fracturada, por la imposibilidad de aceptar la enfermedad.

El vuelo del alma

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Se lanzó al vacío, no por un impulso suicida, sino por una necesidad visceral de trascender su propia corporeidad.  El acantilado, límite entre lo conocido y lo desconocido, se convirtió en una puerta hacia un nuevo estado de ser.  El viento, antes compañero en su carrera, ahora lo envolvía en un abrazo cósmico, llevándolo más allá de las fronteras de la realidad. La caída, lejos de ser una amenaza, era una liberación.  Su cuerpo, pesado y terrenal, se desprendía de él como una cáscara vacía.  El vuelo del alma, era su renacimiento, el retorno a un origen olvidado.  La alegría que lo inundaba, era su libertad.

El hombre arbol

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Caminaba erguido, pero cargaba un bosque a cuestas.  Ramas ásperas brotaban de su espalda, enredándose en sus movimientos.  La naturaleza, antes compañera, se había convertido en una carga opresiva.  Buscó auxilio en un extraño, un gesto casi infantil de quien se aferra a una única esperanza. El alivio fue fugaz. Las ramas, símbolo de la naturaleza indomable, volvieron a brotar, más tenaces que antes.  El extraño, nuevamente, con paciencia y destreza, las arrancó una a una, pero la semilla de la vegetación seguía latente en su carne.  Liberado, el hombre sintió una sensación de libertad, pero la sombra de la duda lo perseguía: ¿Volverían a crecer?

Violencia corporativa

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El sonido de la multitud lo perseguía como una jauría.  La ciudad, antes un laberinto pacífico, se había transformado en un escenario de caos.  Las calles, otrora silenciosas, resonaban al clamor de una masa enfurecida.  Huyendo de la ola humana, se vio obligado a tomar una decisión arbitraria: izquierda o derecha. A salvo de la turba, se encontró con otro tipo de amenaza: la soledad.  El trapito, con su mirada insistente, lo confrontaba con otra realidad.  En ese encuentro fortuito, el protagonista percibió la ironía de la situación: mientras la multitud rugía corporativamente sus demandas, el individuo solitario, imploraba y mendigaba sólo unas monedas, sin causarle temor alguno.

La muñeca de porcelana

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Esperaba ansiosamente que su ex esposa volviera a la habitación, con su hija de pocos meses. Envuelta en una vieja bata, ella caminaba hacia él, mecía una muñeca de porcelana con una ternura casi mórbida. La luz crepuscular proyectaba sombras grotescas sobre sus rostros. La niña, su pequeña Soledad, había sido reemplazada por una muñeca de porcelana. La mujer, se acercaba con una sonrisa de lado a lado. Su locura, antes latente, se había manifestado en toda su crudeza, arrastrando a todos hacia el abismo. Él paralizado, pero luego su voz se ahogó en un nudo en la garganta.  Atrapado en un mundo donde la realidad se había desintegrado y la locura había tomado el control.  La muñeca, símbolo de la infancia perdida y de la maternidad alterada, era el centro de este universo distorsionado.

Danza macabra

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Despertó sobresaltado, la imagen de la niña y los seres alados aún grabada en su retina. El sueño, vívido y perturbador, lo había sumido en un estado de angustia.  La niña, pequeña y frágil, yacía inerte en el centro de una danza macabra, su cuerpo destrozado por las afiladas picaduras de aquellas criaturas. Los seres alados, con sus cuerpos extraños y sus ojos brillantes, eran la encarnación de una fuerza oscura y desconocida, que reside en la profundidad del inconsciente humano. La frenética danza alrededor del cuerpo inerte de la niña era una ofrenda macabra, un ritual incomprensible que lo llenaba de horror. La niña, símbolo de la inocencia perdida, ha sido sacrificada en un altar de oscuridad. ¿El sólo tuvo un sueño?

El laberinto de la feria

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Descendieron del colectivo, una fila interminable de figuras anónimas que se internaban en la selva.  El americano, con su sombrero texano desentonando con el entorno, encabezaba la procesión.  La noche envolvía la selva con un manto oscuro, solo interrumpido por los destellos de una feria lejana. Los puestos de venta, con sus luces multicolores, prometían una diversión imposible. Entre la multitud, muchos vestidos de blanco y rojo, se oía una voz metálica que con un megáfono anunciaba el puesto 22-62.  Allí encontrarían la respuesta y el inicio de un nuevo viaje. Sin embargo, él no hallaba el puesto. Callejones sin salida y rostros extraños se interponían en su camino.  La feria, con su atmósfera de carnaval andino, se transformaba en un laberinto sin salida.  La búsqueda del número 22-62 se volvía una obsesión, una metáfora de la búsqueda del sentido de la vida, en un mundo absurdo.