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El naufragio

El bolso azul, con su contenido vital, había desaparecido.   El tren descarrilado, la laguna embravecida, y el barco se había partido en dos; cada evento era un eslabón más en una cadena de imprevistos.  Vestido con un uniforme de cierta jerarquía, se encontraba atrapado en ese barco a la deriva, una isla flotante en un mar embravecido. La alarma resonaba, anunciando peligro, pero la sensación de urgencia era ajena a él.  Mientras los demás huían despavoridos, él descendía por las escaleras, flotando más que caminando, hacia el corazón mecánico del barco. Rodeado de motores y tuberías, allí encontraba una extraña paz, desde donde trataba evitar el hundimiento.  El caos reinante en la cubierta parecía lejano y ajeno.  En aquel espacio confinado, la situación se diluía en una sensación de fatalismo apacible, pero todavía no estaba todo dicho.

La esperanza perdida

  Atravesaba la multitud como autómata, su mirada perdida en el vacío.  La puerta con el letrero "Socio" se abrió ante él, revelando un mundo paralelo, regido por reglas desconocidas.  Deslizándose por la baranda, descendía a un nivel inferior, donde, la realidad se distorsionaba aún más. En la plaza, los barrenderos, con sus ropas manchadas de azul y sus rostros pintados, jugaban como niños. La invitación a unirse a su juego fué una tentación, pero él la ignoró, impulsado por su deseo de salir de ese mundo. Al llegar al muelle, se encontró frente a una imagen desoladora: la lancha, símbolo de escape, se alejaba lentamente.  La sensación de pérdida, de haber llegado demasiado tarde, lo invadió.  Paralizado en el muelle, observaba cómo se desvanecía en el horizonte, llevándose todas sus esperanzas.

Su única opcion

El taxi, un espacio de tránsito, se transformó en una celda en movimiento. El conductor, figura confiable, había desaparecido, sustituido por un intruso que usurpaba su identidad.  La situación, imprevista y caótica, generaba una sensación de desamparo. Las advertencias premonitorias que hacía, caían en saco roto y  crecía su impotencia ante la situación.  El recuerdo de un episodio similar con su contador, una figura de confianza que lo traicionó, agravaba la sensación de desconfianza hacia los demás.  La ciudad, vista desde la ventanilla, se convertía en un laberinto hostil, un escenario de pesadilla. La decisión de saltar del vehículo en movimiento era una apuesta desesperada por recuperar el control sobre su destino.  La multitud, antes anónima, se convertía ahora en su posible salvación. Era su única opción.

El maquinista

Conducía un tren de pasajeros como si fuera un simple automóvil, maniobró entre la multitud con una calma sorprendente.  La tarea, complicada y peligrosa, se había completado con éxito.  En un edificio cercano, lleno de rostros anónimos, se encontró con una joven que lo miraba con una sonrisa cálida.  La conversación, breve y sin importancia, lo transportó a otro mundo, lejos de la realidad de los rieles y las máquinas. Sin embargo, la ilusión se desvaneció rápidamente.  Su ex pareja, apareciendo de la nada, lo arrastró de vuelta a la realidad, a las preguntas sin respuesta y a las explicaciones inverosímiles.