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Mostrando las entradas con la etiqueta familia

Cumpleaños

El mundo exterior, gris y hostil, lo esperaba.  Sin cambiarse, salió a enfrentar la ciudad, su camisa manchada un reflejo de su interior.  Encontró a su prima, una visión de belleza irreal en aquel entorno. Un beso, un saludo fugaz, y siguió su camino. En el departamento materno, el cumpleaños no se festejaba. Reformas, colores chillones, una nueva puerta que dividía espacios. En la habitación principal, dos extrañas dormían, reliquias de un pasado que ignoraba.  Montó en su bicicleta y pedaleó hacia la nada, arrastrando consigo los ecos de una familia que se le escapaba.  El viento zumbaba en sus oídos, un lamento resonaba en su alma.

El saco deshecho

El abogado, con su sonrisa burlona, deshilachó la frágil trama de su vida. La austeridad, antes escudo, se convirtió en blanco de su escarnio. Nerviosamente él tiró de los hilos de su viejo abrigo, dejando al descubierto su vulnerabilidad.  La invitación a la casa del abogado fue una trampa, un descenso a un infierno de miradas hostiles y burlas agresivas.  El saco deshecho, lo convertía en un extraño en su propio mundo. La huida en el ascensor-grúa fue un intento desesperado de escapar de la persecución, pero también una metáfora de su existencia, precaria y suspendida en el vacío.  El viento azotaba la grua, símbolo de las fuerzas externas que lo arrastraban sin rumbo.  La caída, aunque evitó la captura, no lo liberó de la sensación de estar atrapado sin salida. Recién, refugiado en la habitación de hotel tuvo una ilusión de seguridad.  La proximidad de los suyos, le brindó un respiro en su vida.

La cuchillada

Despertar era siempre un acto contrario al sueño. Esta vez, con violencia.  Un cuchillo, clavado en el marco de la puerta, del dormitorio vecino, le daba una bienvenida hostil.  La escena que se desplegaba ante sus ojos era una alegoría, un caos inexplicable, personajes paralizados por el horror, y su hijo, su propia carne, convertido en un instrumento de destrucción. La víctima, era el hombre herido, con su mirada serena, encarnaba la aceptación de lo absurdo, con resignación. La herida, superficial, era una metáfora de las heridas invisibles anidadas en el alma de mi hijo. En el abrazo grupal con sus hijas, el protagonista encontraba un refugio precario.  Las lágrimas que caían por sus mejillas eran un lamento por un mundo que se desmoronaba, por una familia fracturada, por la imposibilidad de aceptar la enfermedad.

La muñeca de porcelana

Esperaba ansiosamente que su ex esposa volviera a la habitación, con su hija de pocos meses. Envuelta en una vieja bata, ella caminaba hacia él, mecía una muñeca de porcelana con una ternura casi mórbida. La luz crepuscular proyectaba sombras grotescas sobre sus rostros. La niña, su pequeña Soledad, había sido reemplazada por una muñeca de porcelana. La mujer, se acercaba con una sonrisa de lado a lado. Su locura, antes latente, se había manifestado en toda su crudeza, arrastrando a todos hacia el abismo. Él paralizado, pero luego su voz se ahogó en un nudo en la garganta.  Atrapado en un mundo donde la realidad se había desintegrado y la locura había tomado el control.  La muñeca, símbolo de la infancia perdida y de la maternidad alterada, era el centro de este universo distorsionado.

Vestido de negro

Yacía en la cama, la mirada fija en el techo agrietado. Su madre, una sombra envejecida, ocupaba la silla junto a él.  De pronto, la puerta se abrió y entró Nik, su sobrino, imponente en su traje negro. Las palabras brotaban de sus labios como un torrente, dirigidas a su madre, quien, a pesar de su avanzada edad, lo escuchaba con una paciencia infinita.  Nik hablaba de negocios, de éxitos, de un mundo que al protagonista le resultaba ajeno y hostil.  El joven, con su sonrisa triunfante, parecía haber conquistado el mundo, mientras el protagonista, ajeno, escuchaba.  Cuando Nik se marchó, su madre susurró, con una voz que parecía venir de muy lejos: "Este golpea todas las puertas".

Madre desconfiada

Despertó en un cuarto a oscuras, la única luz provenía de una lámpara parpadeante.  Su madre, en la penumbra, le tendía un papel arrugado. Cifras y garabatos se entrelazan en una danza sin sentido.  “¡Mira!”, exigió, “me están robando”.  La ira lo invadió de inmediato.  Golpeó el suelo con rabia, un sonido sordo que resonó en la habitación.  “¿Por qué siempre desconfias?”, rugió.  Su voz, áspera y llena de enojo, resonó en el silencio.  En una esquina, su hermana menor, se acurrucaba en sí misma, sus sollozos apenas eran audibles.  La factura, ese pedazo de papel insignificante, se había convertido en un arma, en un detonante que había desatado su ira y su dolor.  La desconfianza, como una enfermedad, había corrompido y arruinado los lazos familiares.

Reconciiación

Se encontró frente a NIK, una figura agradable, pero hábil psicópata y traicionera al fin. Ahora estaba allí, parado pero mudo.  Él le preguntó : ¿debo darte la mano?  El silencio de NIK lo abrumó. El gesto, tan sencillo y absurdo a la vez, se consumó.  Él extendió su mano y se unió a la de NIK. El aire se impregnó de un aroma de rosas frescas, un perfume nítido de rosas blancas, invisibles pero presentes, irrumpieron en la escena.

El ropero

Disfrutaba de un día tranquilo de navegación, mientras charlaba con un marinero, quien me decía,  con voz grave y seria: "Usted tiene que tener un ropero". Como el comentario me sorprendió, le pregunté: "usted tiene hijos", a lo que me respondió que no. Le agradecí su consejo, y dije que, por ahora, con una percha iba a ser suficiente para mí. Me sentía cómodo con mi forma de vida actual y no tenía necesidad de tener más espacio. ¿Desapego?

Padre enfermo

Veía a mi padre a través del vidrio de la sala del hospital, como si fuera un animal enjaulado. Su enfermedad era sumamente contagiosa y estaba aislado, pero mantenía su habitual tranquilidad. Unos globos adiposos de color amarillo cubrían su piel.  Profundo malestar me producía verlo en ese estado y al mismo tiempo pensaba que la medicina había fracasado, porque la enfermedad se expandía con rapidez.  Entonces, me alejé un poco de todos, tratando de encontrar mi propio espacio para procesar mis emociones, me concentoré y con mis manos canalicé la energia universal en dirrección a mi padre. El chorro de energía que salia de mis manos destruía los globos amarillos de una parte de su cuerpo. Luego, extendía mi canalización hacia otras partes, hasta remover todos los globos amarillos. Cuando finalicé, sentí una sensación extraña, a mi alrededor todo se había desvanecido, no había personas, ni objetos, ni movimiento alguno, solo espacio vacío. No percibía mis sentimientos, como tampoco pod

Asesinato

Nico era el dueño de una de las empresas para las que trabajaba y el tenía miedo del invierno que se aproximaba.  En la empresa había gente que no conocía. Una mujer mayor se acercó y me pidió que hiciera un programa para una gestión administrativa. Luego, colocaba un accesorio externo a una computadora, cuando llegó Alejandra con otras personas y después de saludarlas me retiré. Llegué a un parque con árboles frondosos y césped verde, donde estaba mi padre. A la distancia veía mi Renault 11 de color azul, con los vidrios rotos y la tapa del baúl abierta. Había ocurrido un robo y cuando me acerqué vi una pickup negra que aceleraba en mi dirección. Mi padre venía en mi auxilio para interceptar la Pickup negra la que afortunadamente paró. De la Pickup negra bajó un hombre de unos treinta y pico años, de pelo negro y corto que vestía un jean y una camisa multicolor. Le dije:   "te compro los repuestos para mi auto" . Me respondió:  "ya están vendidos" . In

Vidas que se separan

Mi tío Carlos, con sus ojos gris-verdosos y brillantes, estaba locuaz y alegre. Recordaba cómo había logrado comprar la quinta en Carlos Paz a un buen precio de los curas Salesianos. Con el tiempo, la quinta se había valorizado mucho, especialmente por su costa sobre el río San Antonio. Me alejé hacia donde estaba Carlos Ernesto, mi primo y amigo de la infancia, con quien había compartido una época llena de descubrimientos y aventuras. Sin embargo, en ese momento le aconsejé que acompañara a su padre, ya que era una persona mayor. Él se negó, y entonces seguimos caminando juntos en un edificio antiguo que había sido una fábrica, de techos altos y ambientes en penumbra. Se veían máquinas viejas, armarios destartalados y algunas personas que caminaban como autómatas, con paso firme. Queríamos encontrar la salida, pero como no podíamos preguntar, decidimos separarnos, cada uno por su cuenta. Caminé un rato hasta que tomé un micrófono y pregunté: ¿dónde está la salida? Mientras tanto, Carl

Un nudo en la garganta

El colectivo se detuvo con un chirrido estridente, anunciando el fin del trayecto. Bajó con su hija, la pequeña con su gorro marinero ruso. Se sintió observado, un cosquilleo recorrió su espalda. Había cambiado los pantalones, ocultando los blancos bajo los azules, una acción inútil, lo sabía. La plaza, antes un lugar de encuentro y esparcimiento, ahora se erigía como un tribunal al aire libre. Al fondo, cinco impresoras gigantescas, como altares de un culto desconocido, escupían papel.  En la pantalla colosal, aparecía su nombre en grandes letras. Fue acusado sin palabras. Un hombre en uniforme, con una expresión impasible, se acercó. En su mano, un papel que leyó en voz alta, como si pronunciara una sentencia  “Mil dólares y tres mil pesos”. La cantidad era absurda y la cifra lo aplastaba. “¿Infracción?”, balbuceó, con un nudo en la garganta. El inspector lo miró, sus ojos fijos, y se encogió de hombros. La gente que se había congregado observaba la escena con curiosidad. Eran cómpli