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La cancha que no fue

El arquitecto, encarcelado en la jaula de oro de un encargo de una empresa, se vio inmerso en la tarea de diseñar un espacio de recreo para los engranajes de una máquina industrial.  La cancha de pádel, un oasis artificial en un desierto de hormigón y vidrio, debía ser un espejismo de alegría, un bálsamo para almas fatigadas por la rutina.  Pero a medida que trazaba líneas y calculaba ángulos, con amplia libertad, una sombra se proyectaba sobre sus planos.  Los lujosos salones de los gerentes, testigos mudos de un poder económico, se erigían como una acusación silenciosa contra la futilidad de su labor.  El arquitecto, cautivo de su propia creación, anhelaba la libertad de las nubes que se mueven indolentes por las alturas, indiferentes a las ambiciones humanas.

El Jefe

Agregar leyenda Mi Jefe nos había llamado a su oficina para darnos a cada uno de nosotros una lista de tareas, ordenadas por prioridad. Yo era su principal apoyo y él confiaba en mí para llevar a cabo las tareas más importantes.  Las tareas estaban numeradas con una etiqueta autoadhesiva que al ser finalizada, sería pegada en una lámpara de hierro con muchos brazos.  El Jefe quiso imprimir una nueva tarea, pero no había máquina de escribir alguna. Todos se rieron y él se avergonzó.  No me sorprendía, porque era una oficina del estado y por eso yo salí a buscar una máquina de escribir. ¿Necesidad de ser bienvenido?

Asesinato

Nico era el dueño de una de las empresas para las que trabajaba y el tenía miedo del invierno que se aproximaba.  En la empresa había gente que no conocía. Una mujer mayor se acercó y me pidió que hiciera un programa para una gestión administrativa. Luego, colocaba un accesorio externo a una computadora, cuando llegó Alejandra con otras personas y después de saludarlas me retiré. Llegué a un parque con árboles frondosos y césped verde, donde estaba mi padre. A la distancia veía mi Renault 11 de color azul, con los vidrios rotos y la tapa del baúl abierta. Había ocurrido un robo y cuando me acerqué vi una pickup negra que aceleraba en mi dirección. Mi padre venía en mi auxilio para interceptar la Pickup negra la que afortunadamente paró. De la Pickup negra bajó un hombre de unos treinta y pico años, de pelo negro y corto que vestía un jean y una camisa multicolor. Le dije:   "te compro los repuestos para mi auto" . Me respondió:  "ya están vendidos" . In