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Mostrando las entradas con la etiqueta felicidad

El amor de mi vida

Mientras los cuerpos y sonrisas se entrelazaban:  Él : -- " ¿De verdad crees que eres la mujer de mi vida? " Ella : -- "¿ Te acordás los botones que desaparecieron de tu abrigo aquella noche.? " Él : -- " Los botones.. sí, lo recuerdo. Pero, ¿qué tienen que ver? " Ella : Se acerca, su voz se vuelve imperceptible   -- " Todo tiene que ver con todo.  Todo está conectado. "

La estrella robada

Se había ganado el cielo, o al menos eso creía.  Yacía en una nube, acariciando la cabellera dorada de una estrella de Holywood, un ser etéreo que respondía a sus caricias con un suave balanceo. La eternidad, pensaba, sería así: una calma infinita, un amor puro y celestial. De pronto, una sombra se proyectó sobre ella. Una mujer, rechoncha y risueña, emergió de la nada, sus cabellos recogidos en dos ridículas colitas. Se acercó a la estrella y con voz autoritaria, le susurró algo al oído.  La estrella, antes tan sumisa, se levantó y siguió a la mujer, sin mirar atrás. Quedó solo, flotando en la nada, observando cómo se alejaban.  La eternidad, ahora, era un abismo vacío.  

El martillo de Dios

El sanatorio era un laberinto de pasillos blancos y puertas metálicas.  Detrás de cada una, espantosas escenas.  Los pacientes, seres reducidos a sombras, eran “tratados” con un martillo de goma. La impotencia lo ahogaba. ¿Cómo desafiar semejante maquinaria de dolor? Entonces, ella apareció. Una mujer, médica, una isla de belleza en aquel mar de locura. Sus ojos, reflejaban su propia indignación.  En su abrazo, sintió un calor extraño, una promesa de redención.  Juntos, tal vez, podrían romper las cadenas de la locura y liberarlos.  Pero ¿cómo?

Cumpleaños

El mundo exterior, gris y hostil, lo esperaba.  Sin cambiarse, salió a enfrentar la ciudad, su camisa manchada un reflejo de su interior.  Encontró a su prima, una visión de belleza irreal en aquel entorno. Un beso, un saludo fugaz, y siguió su camino. En el departamento materno, el cumpleaños no se festejaba. Reformas, colores chillones, una nueva puerta que dividía espacios. En la habitación principal, dos extrañas dormían, reliquias de un pasado que ignoraba.  Montó en su bicicleta y pedaleó hacia la nada, arrastrando consigo los ecos de una familia que se le escapaba.  El viento zumbaba en sus oídos, un lamento resonaba en su alma.

El vuelo del alma

Se lanzó al vacío, no por un impulso suicida, sino por una necesidad visceral de trascender su propia corporeidad.  El acantilado, límite entre lo conocido y lo desconocido, se convirtió en una puerta hacia un nuevo estado de ser.  El viento, antes compañero en su carrera, ahora lo envolvía en un abrazo cósmico, llevándolo más allá de las fronteras de la realidad. La caída, lejos de ser una amenaza, era una liberación.  Su cuerpo, pesado y terrenal, se desprendía de él como una cáscara vacía.  El vuelo del alma, era su renacimiento, el retorno a un origen olvidado.  La alegría que lo inundaba, era su libertad.

El hombre arbol

Caminaba erguido, pero cargaba un bosque a cuestas.  Ramas ásperas brotaban de su espalda, enredándose en sus movimientos.  La naturaleza, antes compañera, se había convertido en una carga opresiva.  Buscó auxilio en un extraño, un gesto casi infantil de quien se aferra a una única esperanza. El alivio fue fugaz. Las ramas, símbolo de la naturaleza indomable, volvieron a brotar, más tenaces que antes.  El extraño, nuevamente, con paciencia y destreza, las arrancó una a una, pero la semilla de la vegetación seguía latente en su carne.  Liberado, el hombre sintió una sensación de libertad, pero la sombra de la duda lo perseguía: ¿Volverían a crecer?

El naufragio

El bolso azul, con su contenido vital, había desaparecido.   El tren descarrilado, la laguna embravecida, y el barco se había partido en dos; cada evento era un eslabón más en una cadena de imprevistos.  Vestido con un uniforme de cierta jerarquía, se encontraba atrapado en ese barco a la deriva, una isla flotante en un mar embravecido. La alarma resonaba, anunciando peligro, pero la sensación de urgencia era ajena a él.  Mientras los demás huían despavoridos, él descendía por las escaleras, flotando más que caminando, hacia el corazón mecánico del barco. Rodeado de motores y tuberías, allí encontraba una extraña paz, desde donde trataba evitar el hundimiento.  El caos reinante en la cubierta parecía lejano y ajeno.  En aquel espacio confinado, la situación se diluía en una sensación de fatalismo apacible, pero todavía no estaba todo dicho.

Despertar

Despertó con su pelo enredado en sus manos.  Un sabor dulce le inundaba la garganta. La imagen de su amada, con el cabello negro cayendo sobre sus manos, se desvaneció al ritmo del timbre insistente.  Asomándose a la ventana, vio dos figuras que golpeaban la puerta.  ¿Eran nietas de ella?  Un escalofrío le recorrió la espalda.  Se vistió a toda prisa, sin entender nada.  Al abrir la puerta, las niñas lo miraron con ojos grandes, como si fuera un extraño.  Saludó y partió, sin mirar atrás.

Una reunión

John me había invitado a esa reunión, hablábamos de música, mientras el recordaba con entusiasmo sus conciertos de rock, en el sur de Inglaterra. Tan atraído me sentía por la conversación, que le pregunté si tenía planes de hacer un espectáculo en Argentina, a lo cual, él respondió afirmativamente y me dió una invitación, con un descuento del 50%.  Agradecí la invitación a John y me retiré con mucha alegría. Mientras bajaba por las escaleras, me crucé con un mozo que subía  con una bandeja llena de copas, tan cerca que para evitar un accidente, levanté mi pie derecho, lo pasé por encima de la bandeja sin tocar las copas y giré mi cuerpo al mismo tiempo, en una muestra de agilidad y destreza. ¿Obstáculos del camino? .

Tantra

No podía estar mejor acompañado, dado que  una energía luminosa unía nuestros cuerpos, como cordón umbilical. Nuestros labios se habían pegado en un interminable beso, mientras que  nuestros cuerpos suspendidos en el aire, giraban, uno en torno del otro. ¿Conexión eterea?

Momento feliz

Estaba a punto de comenzar un largo viaje en tren, que me llevaría al aeropuerto. Vestía ropa blanca y me encontraba parado junto a la puerta del vagón. Sin embargo, por alguna razón, cuando el tren empezó a moverse, decidí bajarme. Caminé y llegué a un lugar con casas de techos altos, donde me crucé con tres operarios. Les pregunté qué hacían allí, y uno de ellos, con una sonrisa cómplice, me respondió: "Vas a encontrar a alguien arriba". Lleno de curiosidad, subí corriendo hasta un dormitorio, donde encontré a una mujer cubierta con un acolchado. Lo aparté, y al ver su hermoso cuerpo, acaricié su cabello negro con sumo placer. Sentí una oleada de calor recorriendo todo mi cuerpo y un intenso sentimiento de amor indescriptible. Un momento de felicidad. ¿Felicidad amorosa?

Fuegos artificiales

Me desesperaba ver como se alejaba el barco, hacia el mar azul sin olas,  al que me debería haber embarcado.  Permanecía angustiado y sin saber qué hacer, hasta que vi que en el muelle, un poco más allá, un barco más chico estaba por zarpar. Entonces salí corriendo, me subí a ese pequeño barco y le pedí al Capitán que por favor se acercara al barco grande.  El accedió y no bien pude, salté al barco grande y me despedí del   Capitán con un gesto de agradecimiento. Lo primero que me llamó la atención, en ese barco, fue un grupo de tres personas sentadas alrededor de una mesa, todas gordas, casi sin cuello, que estaban encastradas en sus sillones, exhibiendo sus inocultables panzas mientras dormían como escuerzos. En el otro salón, se encontraba el barman haciendo un show de malabarismo con sus botellas de alcohol. Lo más significativo sin dudas, fue la fiesta de la noche de abordo, que culminó con fuegos artificiales de colores blancos, rojos, azules y verdes, que subían hacia el ci

Cruzó el portal

Cruzó el portal Atravesó la tranquera destartalada, levantando una nube de polvo. El camino, una cicatriz en la tierra, lo condujo al galpón de chapas, donde los niños, con sus gestos amenazantes, parecían custodiar un secreto.  Sin hacer caso, cruzó el portal y entró en un mundo nuevo. Las calles, antes polvorientas, ahora relucían bajo un sol suave. Los edificios, antes desvencijados, mostraban fachadas coloridas y ventanas relucientes. Los rostros, antes entristecidos por la lucha, ahora irradiaban una calma contagiante. Había dejado atrás el caos, la miseria, la lucha por la supervivencia. Había encontrado un orden perfecto, una belleza artificial. Sin embargo, algo en esa perfección resultaba novedoso, intrigante. Se sentía como un observador silencioso de una felicidad que todavía no comprendía. ¿Alicia en el país de las maravillas?

Gigante

El cirujano se inclinó sobre mí. Con un gesto monótono, preguntó:  –¿Tajo largo o corto? – Era una pregunta que no podía contestar. Sabía que no importaba la longitud del tajo, sino lo que vendría después.  –Elija usted–  murmuré, sintiendo que cualquier respuesta carecía de sentido, ya todo estaba decidido. Mientras mi inquietud crecía, sacó de algún lugar dos prótesis cónicas blancas y dijo:   – Las pondré en sus hombros –  Era como si hablara de algo irrelevante, cuando la operación tenía la gravedad de lo irreversible. Dijo entonces: – La cirugía se basa en modelos – y preguntó  – Cuál es el suyo – Susurré   – Orión–  En ese instante supe que había cruzado una línea invisible, del que no podría volver. No entendía por qué había pronunciado ese nombre, pero sentí que la transformación trascendía lo físico. El riesgo era palpable, pero no podía moverme.    El quirófano se tornó inmenso, desproporcionado, algo gigantesco me aguardaba ¿gigante en el cielo?

Una mujer en la cama

La vi al final del pasillo, una silueta que me atraía como un imán. Sus ojos,  me invitaban a perderme en ellos. La seguí, cautivado por su misterio. Entró en la habitación y se tendió en la cama, dejando la sábana ligeramente deshecha. Era una invitación silenciosa, pero me dirigí al b año. El agua fría calmó la tormenta en mi interior.  Al regresar, ella estaba sentada en el borde de la cama, mirándome con una frialdad que me heló el corazón. —¿Te vas? —pregunté, mi voz apenas un susurro. Asintió, y desapareció en la penumbra del pasillo.  Quedé atrapado en una habitación vacía, con el eco de su rechazo resonando en mis oídos. ¿comprension?

La espada de luz

La espada de luz El circo romano retumbaba con el rugido de la multitud. La arena, todavía vacía, concentraba el mar de miradas anhelantes. El César, una figura colosal, irradiaba un poder magnético. Me uní al coro de voces que lo ensalzaban, sintiendo que la energía de la multitud me invadía.  Levanté mi espada y exclamé “hasta la victoria”. Monté en el carro de combate junto al César. Los caballos blancos, con sus ojos llameantes, nos impulsaban hacia la batalla. El campo, se preparaba para recibirnos. Nuestro enemigo, un jefe de guerra vestido de negro, avanzaba hacia nosotros con una determinación implacable. En el momento del choque, hundí mi espada en su pecho. La hoja, de color azul intenso y ondulada como el mar, penetró su cuerpo sin resistencia. Sin embargo, no brotó ni una gota de sangre. La victoria era nuestra. La multitud enloquecía de júbilo.  La espada de luz, era un testimonio mudo de la batalla librada. La clavé en la tierra, marcando el lugar donde el mal fue vencido

Persiguiendo al tirano

Desde la ventana, una figura imponente me observaba. Era un tirano, un ser que irradiaba poder que intimida. Su mirada, dos faros en la oscuridad, me helaba la sangre. Intenté ocultarme, pero era tarde. Ya me había marcado como presa. Un vehículo, desafiando las leyes de la física, ascendía por la pared del edificio. Eran sus perseguidores y mis salvadores. El tirano, al sentir el aliento de la persecución, se lanzó hacia la montaña. Sin dudarlo, corrí tras él. La carrera era frenética. El viento azotaba mi rostro y mis pulmones ardían. Pero la adrenalina me impulsaba hacia adelante. Al fin, lo alcancé. Con un movimiento rápido, lo atrapé. Mi mano se cerró sobre él. Cuando abrí la mano vi con asombro un ser diminuto y frágil.  Encerrado en la palma de mi mano, el tirano era ahora un ser insignificante.   ¿Colapso de un tirano?