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Mostrando las entradas con la etiqueta maldad

El martillo de Dios

El sanatorio era un laberinto de pasillos blancos y puertas metálicas.  Detrás de cada una, espantosas escenas.  Los pacientes, seres reducidos a sombras, eran “tratados” con un martillo de goma. La impotencia lo ahogaba. ¿Cómo desafiar semejante maquinaria de dolor? Entonces, ella apareció. Una mujer, médica, una isla de belleza en aquel mar de locura. Sus ojos, reflejaban su propia indignación.  En su abrazo, sintió un calor extraño, una promesa de redención.  Juntos, tal vez, podrían romper las cadenas de la locura y liberarlos.  Pero ¿cómo?

El saco deshecho

El abogado, con su sonrisa burlona, deshilachó la frágil trama de su vida. La austeridad, antes escudo, se convirtió en blanco de su escarnio. Nerviosamente él tiró de los hilos de su viejo abrigo, dejando al descubierto su vulnerabilidad.  La invitación a la casa del abogado fue una trampa, un descenso a un infierno de miradas hostiles y burlas agresivas.  El saco deshecho, lo convertía en un extraño en su propio mundo. La huida en el ascensor-grúa fue un intento desesperado de escapar de la persecución, pero también una metáfora de su existencia, precaria y suspendida en el vacío.  El viento azotaba la grua, símbolo de las fuerzas externas que lo arrastraban sin rumbo.  La caída, aunque evitó la captura, no lo liberó de la sensación de estar atrapado sin salida. Recién, refugiado en la habitación de hotel tuvo una ilusión de seguridad.  La proximidad de los suyos, le brindó un respiro en su vida.

Danza macabra

Despertó sobresaltado, la imagen de la niña y los seres alados aún grabada en su retina. El sueño, vívido y perturbador, lo había sumido en un estado de angustia.  La niña, pequeña y frágil, yacía inerte en el centro de una danza macabra, su cuerpo destrozado por las afiladas picaduras de aquellas criaturas. Los seres alados, con sus cuerpos extraños y sus ojos brillantes, eran la encarnación de una fuerza oscura y desconocida, que reside en la profundidad del inconsciente humano. La frenética danza alrededor del cuerpo inerte de la niña era una ofrenda macabra, un ritual incomprensible que lo llenaba de horror. La niña, símbolo de la inocencia perdida, ha sido sacrificada en un altar de oscuridad. ¿El sólo tuvo un sueño?

Su única opcion

El taxi, un espacio de tránsito, se transformó en una celda en movimiento. El conductor, figura confiable, había desaparecido, sustituido por un intruso que usurpaba su identidad.  La situación, imprevista y caótica, generaba una sensación de desamparo. Las advertencias premonitorias que hacía, caían en saco roto y  crecía su impotencia ante la situación.  El recuerdo de un episodio similar con su contador, una figura de confianza que lo traicionó, agravaba la sensación de desconfianza hacia los demás.  La ciudad, vista desde la ventanilla, se convertía en un laberinto hostil, un escenario de pesadilla. La decisión de saltar del vehículo en movimiento era una apuesta desesperada por recuperar el control sobre su destino.  La multitud, antes anónima, se convertía ahora en su posible salvación. Era su única opción.

Huir del tiempo

La oscuridad envolvía el edificio. Subió al ascensor pese a la penumbra, con decisión irrevocable.  A través del vidrio, la escena lo paralizó: un joven amarrado a un alambrado, brazos en cruz, clavado por un palo empuñado por una figura indistinguible. El horror lo abrumó; su mundo, se desmoronaba ante la evidencia. Al salir, dos figuras lo esperaban: una, con el rostro blanco de payaso, la otra, cubierta con un antifaz, ambas cargando con la sombra de la culpa, ambas sospechosas. El tiempo se volvió denso, el atrapado entre ellos, pero escapó. La calle prometía un respiro, pero en el peaje, lo absurdo lo aguardaba. Una muñeca de madera, sonrisa pintada, labios rojos y trenzas, emergió del puesto. Abrió la boca. Detrás de su inocente fachada, unos dientes metálicos bramaron.  Una angustia abrumadora lo desmoronó.  Sabía, entonces, que no se escapaba de ellos, ni del ascensor, ni de la muñeca.  Solo del tiempo.  

Rehen

El edificio, un colosal rulero que desafía la gravedad, me atrapa en su vértigo. Subo por escaleras infinitas, cada escalón con mayor ansiedad. El viento ulula, el edificio oscila, transformándose en un monstruo que amenaza con devorarme. Retrocedo, huyo, a la ciudad, me refugio y me ofrece un breve respiro. Un tranvía, una isla flotante, me aleja del caos. Pero la calma es engañosa. Siento pasos, una sombra que se alarga y me acecha. Escondido en un garaje, soy presa fácil. La voz ronca de mi captor rompe el silencio: "No te muevas". La amenaza no es sólo física, sino existencial. El taxi que pasa ignora mis gritos de auxilio.  Me obligan a caminar, a someterme a un ritual degradante. La dialéctica, mi única arma, se desvanece ante la brutalidad de aquel instante.  La ciudad, testigo mudo, se convierte en cómplice de mi humillación. ¿Miedo a la violencia?

La picana

La "herramienta" constaba de una manija de plástico de la cual salía un grueso cable de  corriente eléctrica, que  terminaba con tres puntas metálicas, a modo de dedos.  Una mujer estaba parada sobre el borde del terreno, donde había un cerco de alambre de dos metros de alto, vistiendo  camisa, pantalón y un par de botas negro.  Ella tomaba6 la "herramienta" con unos guantes de goma y la esgrimía en forma amenazante.  La víctima, que se encontraba atada al alambrado, era un hombre de unos treinta y pico de años y tenía el torso desnudo.  Ella se le acercó, le apoyó los dedos metálicos en el plexo y luego apretó el botón que mandó una descarga eléctrica lo suficiente fuerte para alterar el equilibrio biológico del pobre hombre, que ni siquiera se podía retorcer.  Luego,  ella hacía una pausa, bajaba la "herramienta" y también la vista y esperaba que la desgraciada víctima se recuperara un poco, para repetir la operación.  Al lado de la  víctim

La mancha

Eran pocos los invitados que asistían a la fiesta del palacio. Las grandes salas tenían enormes cuadros, que junto con los adornos renacentistas le daban al lugar un aire distinguido y protocolar. Éramos dos o tres los que vestíamos uniforme. En un salón había un grupo de personas sentadas en actitud de no querer ser escuchadas, entre quienes pude  reconocer a un ex amigo. Un mozo trajo una bandeja plateada con un plato de comida. Era una perdiz casi sin carne, con sus patas hacia arriba y retorcidas.  Me dio asco ver el estado de ese animal y sentí el dolor que pudo padecer a la hora de su muerte. Para despejar mi desagrado, tomé una copa de vino y al llevarla a la boca el vino se derramó sobre mi pecho.  Era espeso, de color negro y lentamente cubrió la tela blanca del uniforme. ¿Como se saca esta mancha?