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En búsqueda de un destino

La banda Cabalgaba sobre un corcel oscuro, una entidad única forjada por la fusión de dos voluntades.  La misión, imperiosa, contra la delincuencia, lo impulsaba a través de calles estrechas, hacia un norte incierto. La adrenalina inundaba sus venas, alimentando la ilusión de ser invencible.  Los jinetes, sombras siniestras que se aproximaban, eran solo un obstáculo más en su camino.  El choque fue brutal, una colisión entre dos fuerzas opuestas. Sin embargo, el impacto lo dejó indemne, fortalecido por una fuerza sobrehumana. La victoria, sin embargo, no le trajo paz.  La sensación de vacío que la seguía era más profunda que cualquier miedo que hubiera sentido antes.  La misión cumplida lo dejaba frente a una nueva interrogante:  ¿Cuál era su verdadero destino?

La espada de luz

La espada de luz El circo romano retumbaba con el rugido de la multitud. La arena, todavía vacía, concentraba el mar de miradas anhelantes. El César, una figura colosal, irradiaba un poder magnético. Me uní al coro de voces que lo ensalzaban, sintiendo que la energía de la multitud me invadía.  Levanté mi espada y exclamé “hasta la victoria”. Monté en el carro de combate junto al César. Los caballos blancos, con sus ojos llameantes, nos impulsaban hacia la batalla. El campo, se preparaba para recibirnos. Nuestro enemigo, un jefe de guerra vestido de negro, avanzaba hacia nosotros con una determinación implacable. En el momento del choque, hundí mi espada en su pecho. La hoja, de color azul intenso y ondulada como el mar, penetró su cuerpo sin resistencia. Sin embargo, no brotó ni una gota de sangre. La victoria era nuestra. La multitud enloquecía de júbilo.  La espada de luz, era un testimonio mudo de la batalla librada. La clavé en la tierra, marcando el lugar donde el mal fue vencido

Persiguiendo al tirano

Desde la ventana, una figura imponente me observaba. Era un tirano, un ser que irradiaba poder que intimida. Su mirada, dos faros en la oscuridad, me helaba la sangre. Intenté ocultarme, pero era tarde. Ya me había marcado como presa. Un vehículo, desafiando las leyes de la física, ascendía por la pared del edificio. Eran sus perseguidores y mis salvadores. El tirano, al sentir el aliento de la persecución, se lanzó hacia la montaña. Sin dudarlo, corrí tras él. La carrera era frenética. El viento azotaba mi rostro y mis pulmones ardían. Pero la adrenalina me impulsaba hacia adelante. Al fin, lo alcancé. Con un movimiento rápido, lo atrapé. Mi mano se cerró sobre él. Cuando abrí la mano vi con asombro un ser diminuto y frágil.  Encerrado en la palma de mi mano, el tirano era ahora un ser insignificante.   ¿Colapso de un tirano?