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Mostrando las entradas con la etiqueta ficcion

Materia gris

Lo sostenía entre sus manos, una masa blanquecina y palpitante. Antenas diminutas se agitaban en su superficie, buscando algo. Era su propio cerebro, extraído, tangible. Al presionar ciertos puntos, un líquido espeso brotaba, la mente misma estaba supurando.

La estrella robada

Se había ganado el cielo, o al menos eso creía.  Yacía en una nube, acariciando la cabellera dorada de una estrella de Holywood, un ser etéreo que respondía a sus caricias con un suave balanceo. La eternidad, pensaba, sería así: una calma infinita, un amor puro y celestial. De pronto, una sombra se proyectó sobre ella. Una mujer, rechoncha y risueña, emergió de la nada, sus cabellos recogidos en dos ridículas colitas. Se acercó a la estrella y con voz autoritaria, le susurró algo al oído.  La estrella, antes tan sumisa, se levantó y siguió a la mujer, sin mirar atrás. Quedó solo, flotando en la nada, observando cómo se alejaban.  La eternidad, ahora, era un abismo vacío.  

La tienda abandonada

La tienda de arte había mutado. La pared, antes sólida y cálida, ahora es fría e impersonal.  Manuel, el artesano, había desaparecido, evaporado junto a las virutas de sus esculturas. Sus obras, antes llenas de vida, yacían inertes en los estantes, como fósiles de un mundo pretérito. Al avanzar en aquel espacio, encontró una fiesta a la que no había sido invitado.  Aislado, se sintió intruso en su propio mundo. Al salir, chocó con una mujer adulta, canosa, mayor que él.  Un roce involuntario y la mujer retuvo su mano, su sonrisa, una grieta en la realidad.  Comprendió, entonces, que el mundo era un laberinto sin salida para él, se sintió perdido.

En búsqueda de un destino

La banda Cabalgaba sobre un corcel oscuro, una entidad única forjada por la fusión de dos voluntades.  La misión, imperiosa, contra la delincuencia, lo impulsaba a través de calles estrechas, hacia un norte incierto. La adrenalina inundaba sus venas, alimentando la ilusión de ser invencible.  Los jinetes, sombras siniestras que se aproximaban, eran solo un obstáculo más en su camino.  El choque fue brutal, una colisión entre dos fuerzas opuestas. Sin embargo, el impacto lo dejó indemne, fortalecido por una fuerza sobrehumana. La victoria, sin embargo, no le trajo paz.  La sensación de vacío que la seguía era más profunda que cualquier miedo que hubiera sentido antes.  La misión cumplida lo dejaba frente a una nueva interrogante:  ¿Cuál era su verdadero destino?

El naufragio

El bolso azul, con su contenido vital, había desaparecido.   El tren descarrilado, la laguna embravecida, y el barco se había partido en dos; cada evento era un eslabón más en una cadena de imprevistos.  Vestido con un uniforme de cierta jerarquía, se encontraba atrapado en ese barco a la deriva, una isla flotante en un mar embravecido. La alarma resonaba, anunciando peligro, pero la sensación de urgencia era ajena a él.  Mientras los demás huían despavoridos, él descendía por las escaleras, flotando más que caminando, hacia el corazón mecánico del barco. Rodeado de motores y tuberías, allí encontraba una extraña paz, desde donde trataba evitar el hundimiento.  El caos reinante en la cubierta parecía lejano y ajeno.  En aquel espacio confinado, la situación se diluía en una sensación de fatalismo apacible, pero todavía no estaba todo dicho.

La esperanza perdida

  Atravesaba la multitud como autómata, su mirada perdida en el vacío.  La puerta con el letrero "Socio" se abrió ante él, revelando un mundo paralelo, regido por reglas desconocidas.  Deslizándose por la baranda, descendía a un nivel inferior, donde, la realidad se distorsionaba aún más. En la plaza, los barrenderos, con sus ropas manchadas de azul y sus rostros pintados, jugaban como niños. La invitación a unirse a su juego fué una tentación, pero él la ignoró, impulsado por su deseo de salir de ese mundo. Al llegar al muelle, se encontró frente a una imagen desoladora: la lancha, símbolo de escape, se alejaba lentamente.  La sensación de pérdida, de haber llegado demasiado tarde, lo invadió.  Paralizado en el muelle, observaba cómo se desvanecía en el horizonte, llevándose todas sus esperanzas.

El maquinista

Conducía un tren de pasajeros como si fuera un simple automóvil, maniobró entre la multitud con una calma sorprendente.  La tarea, complicada y peligrosa, se había completado con éxito.  En un edificio cercano, lleno de rostros anónimos, se encontró con una joven que lo miraba con una sonrisa cálida.  La conversación, breve y sin importancia, lo transportó a otro mundo, lejos de la realidad de los rieles y las máquinas. Sin embargo, la ilusión se desvaneció rápidamente.  Su ex pareja, apareciendo de la nada, lo arrastró de vuelta a la realidad, a las preguntas sin respuesta y a las explicaciones inverosímiles.

Freud y Jung

La casa, un laberinto de espejos y cuadros, lo esperaba.  En su interior, los doctores Freud y Jung, figuras colosales de la psicología, lo aguardaban.  La esposa de Jung, una mujer de cálida belleza, dominaba la escena.  Su primera pregunta, impulsiva, resonó en el estudio.  "¿Ustedes están juntos porque separados no serían nadie?".  La risa irónica de Freud, lo contagió.  Jung, imperturbable, lo observaba desde las sombras.  Su siguiente pregunta, aún más atrevida, la gota que faltaba: "¿Tendría el valor de adoptar un hijo si no pudiera tener uno propio?".  Jung se levantó, su silueta desapareciendo en la penumbra.  Solo quedó la esposa, sus ojos fijos en él.  "No puede soportar que le hagan las mismas preguntas que él mismo ya se hizo".  El se sintió desnudo, expuesto.  Había traspasado una frontera invisible, había perturbado un orden precario.

Huir del tiempo

La oscuridad envolvía el edificio. Subió al ascensor pese a la penumbra, con decisión irrevocable.  A través del vidrio, la escena lo paralizó: un joven amarrado a un alambrado, brazos en cruz, clavado por un palo empuñado por una figura indistinguible. El horror lo abrumó; su mundo, se desmoronaba ante la evidencia. Al salir, dos figuras lo esperaban: una, con el rostro blanco de payaso, la otra, cubierta con un antifaz, ambas cargando con la sombra de la culpa, ambas sospechosas. El tiempo se volvió denso, el atrapado entre ellos, pero escapó. La calle prometía un respiro, pero en el peaje, lo absurdo lo aguardaba. Una muñeca de madera, sonrisa pintada, labios rojos y trenzas, emergió del puesto. Abrió la boca. Detrás de su inocente fachada, unos dientes metálicos bramaron.  Una angustia abrumadora lo desmoronó.  Sabía, entonces, que no se escapaba de ellos, ni del ascensor, ni de la muñeca.  Solo del tiempo.  

Comision inspectora

La sala de reuniones estaba ocupada por la comisión inspectora y la atmosfera era tensa. A mí me habían convocado gracias a mi experiencia profesional. De vez en cuando, me pedían mi opinión sobre algunos temas, mientras que una persona repartía tarjetas, souvenirs y piedras. A medida que la reunión avanzaba, uno de los participantes mencionó los millones de documentos almacenados en su sector y a continuación daba instrucciones de cómo se acceder a ellos. La conversación se volvió más caótica, hasta que finalizó y todos se retiraron. Afuera, quería hablar con un experto, pero como no lo encontré me sentí frustrado y confundido.  ¿Reuniones intrascendentes?

Una reunión

John me había invitado a esa reunión, hablábamos de música, mientras el recordaba con entusiasmo sus conciertos de rock, en el sur de Inglaterra. Tan atraído me sentía por la conversación, que le pregunté si tenía planes de hacer un espectáculo en Argentina, a lo cual, él respondió afirmativamente y me dió una invitación, con un descuento del 50%.  Agradecí la invitación a John y me retiré con mucha alegría. Mientras bajaba por las escaleras, me crucé con un mozo que subía  con una bandeja llena de copas, tan cerca que para evitar un accidente, levanté mi pie derecho, lo pasé por encima de la bandeja sin tocar las copas y giré mi cuerpo al mismo tiempo, en una muestra de agilidad y destreza. ¿Obstáculos del camino? .

El ropero

Disfrutaba de un día tranquilo de navegación, mientras charlaba con un marinero, quien me decía,  con voz grave y seria: "Usted tiene que tener un ropero". Como el comentario me sorprendió, le pregunté: "usted tiene hijos", a lo que me respondió que no. Le agradecí su consejo, y dije que, por ahora, con una percha iba a ser suficiente para mí. Me sentía cómodo con mi forma de vida actual y no tenía necesidad de tener más espacio. ¿Desapego?

Momento feliz

Estaba a punto de comenzar un largo viaje en tren, que me llevaría al aeropuerto. Vestía ropa blanca y me encontraba parado junto a la puerta del vagón. Sin embargo, por alguna razón, cuando el tren empezó a moverse, decidí bajarme. Caminé y llegué a un lugar con casas de techos altos, donde me crucé con tres operarios. Les pregunté qué hacían allí, y uno de ellos, con una sonrisa cómplice, me respondió: "Vas a encontrar a alguien arriba". Lleno de curiosidad, subí corriendo hasta un dormitorio, donde encontré a una mujer cubierta con un acolchado. Lo aparté, y al ver su hermoso cuerpo, acaricié su cabello negro con sumo placer. Sentí una oleada de calor recorriendo todo mi cuerpo y un intenso sentimiento de amor indescriptible. Un momento de felicidad. ¿Felicidad amorosa?

Amistad circunstancial

En el inmenso hangar del portaaviones se acumulaban misiles, cañones y otros artefactos con un poder letal impredecible. Sabía que cuando se abrieran las compuertas laterales, estas armas podrían ser lanzadas en diferentes direcciones, provocando resultados catastróficos. Sin embargo, para los inocentes turistas vestidos con shorts y sandalias que recorrían el portaaviones, estas armas parecían simples juguetes inofensivos, merecedores de miradas curiosas y de impúdicas fotografías. En la cocina del portaaviones, se preparaban exquisitas comidas para una gala que tendría lugar en el salón principal, donde los invitados ya esperaban al Intendente y al Delegado Sindical. Como yo no estaba invitado, me alejé por un camino que zigzagueaba entre plantas, donde una pareja de jóvenes turistas también caminaba. Compartimos el sendero y, mientras hablaba con la chica, el joven se distanció hasta perderse de vista. Nos detuvimos frente a una pared pintada de rosa, y entonces, como por arte de

Visita al Instituto

Llegué al Instituto de Mar del Plata, acompañado por una mujer joven, vestida de blanco, que usaba una prolija trenza de color negro azabache.  E n la puerta nos esperaba un grupo de doctores a quienes saludamos.   Ella tomó la palabra y se dirigía en forma categórica;  conversaban, sin parar, sobre cuestiones profesionales que a mí no me interesaban.  Por eso, me retiré y el Director me acompañó hasta la puerta . ¿sapo de otro pozo?

Vidas que se separan

Mi tío Carlos, con sus ojos gris-verdosos y brillantes, estaba locuaz y alegre. Recordaba cómo había logrado comprar la quinta en Carlos Paz a un buen precio de los curas Salesianos. Con el tiempo, la quinta se había valorizado mucho, especialmente por su costa sobre el río San Antonio. Me alejé hacia donde estaba Carlos Ernesto, mi primo y amigo de la infancia, con quien había compartido una época llena de descubrimientos y aventuras. Sin embargo, en ese momento le aconsejé que acompañara a su padre, ya que era una persona mayor. Él se negó, y entonces seguimos caminando juntos en un edificio antiguo que había sido una fábrica, de techos altos y ambientes en penumbra. Se veían máquinas viejas, armarios destartalados y algunas personas que caminaban como autómatas, con paso firme. Queríamos encontrar la salida, pero como no podíamos preguntar, decidimos separarnos, cada uno por su cuenta. Caminé un rato hasta que tomé un micrófono y pregunté: ¿dónde está la salida? Mientras tanto, Carl

Misil nuclear

En el galpón, había siete autos de carrera antiguos,  iguales, todos de color rojo, cubiertos por una lona. En el galpón, había siete autos de carrera antiguos, todos idénticos y de color rojo, cubiertos por una lona. El auto que yo debía conducir no estaba listo porque aún no se había instalado el misil atómico. De repente, la alarma de radiactividad comenzó a sonar estrepitosamente. Sin pensarlo, salí corriendo. ¿armas atómicas?

Tirano

Para esperar la llegada del Presidente, tenía un papel con todas las instrucciones que debía seguir. Sabía que, cuando él llegara, no diría nada, ni siquiera saludaría, dado que todo ya estaba organizado, en ese lugar inaccesible. Cuando el perro ladró, lo saqué con su correa y lo llevé delante de la oficina del Presidente, que aún estaba vacía. Nos quedamos un rato en el jardín. Al regresar a la casa, me encontré que se estaban peleando el Guardia de traje negro y el Secretario del Presidente, en un cuarto lleno de teléfonos, consolas y pantallas de televisión. Los golpes de karate de pies y manos iban y venían, hasta que el Guardia asestó uno certero al Secretario, con tanta fuerza que lo tumbó, tal vez definitivamente. El Secretario había sido un halcón, encargado de ejecutar políticas implacables y deleznables de persecución de disidentes. ¿Presidente tirano?

La picana

La "herramienta" constaba de una manija de plástico de la cual salía un grueso cable de  corriente eléctrica, que  terminaba con tres puntas metálicas, a modo de dedos.  Una mujer estaba parada sobre el borde del terreno, donde había un cerco de alambre de dos metros de alto, vistiendo  camisa, pantalón y un par de botas negro.  Ella tomaba6 la "herramienta" con unos guantes de goma y la esgrimía en forma amenazante.  La víctima, que se encontraba atada al alambrado, era un hombre de unos treinta y pico de años y tenía el torso desnudo.  Ella se le acercó, le apoyó los dedos metálicos en el plexo y luego apretó el botón que mandó una descarga eléctrica lo suficiente fuerte para alterar el equilibrio biológico del pobre hombre, que ni siquiera se podía retorcer.  Luego,  ella hacía una pausa, bajaba la "herramienta" y también la vista y esperaba que la desgraciada víctima se recuperara un poco, para repetir la operación.  Al lado de la  víctim

La mancha

Eran pocos los invitados que asistían a la fiesta del palacio. Las grandes salas tenían enormes cuadros, que junto con los adornos renacentistas le daban al lugar un aire distinguido y protocolar. Éramos dos o tres los que vestíamos uniforme. En un salón había un grupo de personas sentadas en actitud de no querer ser escuchadas, entre quienes pude  reconocer a un ex amigo. Un mozo trajo una bandeja plateada con un plato de comida. Era una perdiz casi sin carne, con sus patas hacia arriba y retorcidas.  Me dio asco ver el estado de ese animal y sentí el dolor que pudo padecer a la hora de su muerte. Para despejar mi desagrado, tomé una copa de vino y al llevarla a la boca el vino se derramó sobre mi pecho.  Era espeso, de color negro y lentamente cubrió la tela blanca del uniforme. ¿Como se saca esta mancha?