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En el domo de cristal

En el Domo de Cristal, él se aferraba al frio metal, cada travesaño de la escala de gato, marcaba sus palmas. Detrás de él las voces del grupo se desvanecían en el vacío. La escala de gato pendía de la pared de cristal, un espejo que devolvía su propia insignificancia y que se extendía hacia el cielo artificial, de una bóveda celeste irreal cual horizonte inalcanzable.  Con cada peldaño conquistado, la sensación de vértigo se agudizaba, pero la obsesión por alcanzar la cima se imponía.  El esfuerzo titánico, el riesgo asumido, se vieron truncados por un obstáculo inesperado. No podía ascender más.  Un hilo de esperanza, la delgada soga que lo unía a la realidad, se soltó de su extremo y se perdió en el piso.  La escala, su única compañía, lo dejó suspendido en el vacío, perdido en el Domo de Cristal.  La meta, aunque inalcanzable, había sido su razón de ser. Ahora, solo quedaba el eco de su propio fracaso.

Liberacion

Corrió hasta el final de la planicie. El cielo nublado lo esperaba, indiferente. Sin detenerse, saltó al vacío. Los brazos abiertos, el viento en el rostro y una certeza profunda: pronto dejaría su cuerpo. El cuerpo volvía a la tierra, su origen. El alma, liberada ascendía, su origen. No hubo dudas ni miedo. Sólo paz.

El Ascenso

Pendía de un hilo, literalmente. Una cuerda deshilachada lo sostenía a él y a otros cuatro, en un vacío que se extendía hasta el infinito. Debajo, el abismo oscuro los reclamaba. Ascendió, lento, con angustia, cada centímetro una victoria contra la gravedad y la desesperanza. La cuerda cedió. Cayó, pero otra lo sostuvo. Siguió subiendo, arrastrándose por una línea que lo conducía hacia la salvación. Al fin, la cima.  Allí, un joven, lo ayudó. Con un gesto seguro, lo extrajo del vacío.  Los demás lo siguieron. Al mirar hacia abajo, el abismo se había desvanecido.