En el Domo de Cristal, él se aferraba a cada travesaño de la escala de gato, mientras las cicatrices crecían en las palmas de sus manos. Detrás de él, las voces de otras personas, se perdían en el espacio.
La escala pendía de la pared de cristal, un espejo que devolvía su propia imagen y que se extendía hacia el cielo de una bóveda cristalina.
Con cada peldaño conquistado, aumentaba la sensación de vértigo, pero la obsesión por alcanzar la cima lo impulsó a seguir trepando.
Surgió un obstáculo inesperado y se detuvo. El hilo de su esperanza se soltó de su extremo, como la escala de gato, que se deshizo en pedazos.
Quedó en el vacío, perdido en el espacio. La bóveda cristalina, inalcanzable, había sido su razón de ser.
Ahora, enfrentaba su fracaso y su vida quedaba a la deriva.
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