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Danza macabra

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Despertó sobresaltado, la imagen de la niña y los seres alados aún grabada en su retina. El sueño, vívido y perturbador, lo había sumido en un estado de angustia.  La niña, pequeña y frágil, yacía inerte en el centro de una danza macabra, su cuerpo destrozado por las afiladas picaduras de aquellas criaturas. Los seres alados, con sus cuerpos extraños y sus ojos brillantes, eran la encarnación de una fuerza oscura y desconocida, que reside en la profundidad del inconsciente humano. La frenética danza alrededor del cuerpo inerte de la niña era una ofrenda macabra, un ritual incomprensible que lo llenaba de horror. La niña, símbolo de la inocencia perdida, ha sido sacrificada en un altar de oscuridad. ¿El sólo tuvo un sueño?

El laberinto de la feria

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Descendieron del colectivo, una fila interminable de figuras anónimas que se internaban en la selva.  El americano, con su sombrero texano desentonando con el entorno, encabezaba la procesión.  La noche envolvía la selva con un manto oscuro, solo interrumpido por los destellos de una feria lejana. Los puestos de venta, con sus luces multicolores, prometían una diversión imposible. Entre la multitud, muchos vestidos de blanco y rojo, se oía una voz metálica que con un megáfono anunciaba el puesto 22-62.  Allí encontrarían la respuesta y el inicio de un nuevo viaje. Sin embargo, él no hallaba el puesto. Callejones sin salida y rostros extraños se interponían en su camino.  La feria, con su atmósfera de carnaval andino, se transformaba en un laberinto sin salida.  La búsqueda del número 22-62 se volvía una obsesión, una metáfora de la búsqueda del sentido de la vida, en un mundo absurdo.

La infracción

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Atravesaba la ciudad en un viejo automóvil, conduciendo de contramano por una avenida abarrotada.  La infracción, una vez cometida, lo perseguía como una sombra.  La infracción de tránsito fue el primer eslabón de una cadena de eventos absurdos.  Cada acción, desencadenaba una nueva y extraña situación.  Al llegar al club, su torpeza destruía una valiosa escultura, pero seguía adelante, como si nada hubiera ocurrido La destrucción de la escultura, no sólo era un acto de vandalismo, sino de imprudencia con consecuencias imprevistas. En el vestuario, la noticia de la denuncia lo esperaba como un presagio.  La huida, esta vez en un taxi destartalado, lo llevaba a una ciudad desconocida.  Sentado en el asiento exterior trasero de una cupé antigua, junto a un extraño, recordaba su niñez. La huida en el taxi lo alejaba de la realidad.  La ciudad de estilo colonial, con sus calles desiertas y sus casas antiguas, eran el perfecto escenario. Al llegar a la casa del chofer, un impulso inexplicab

En búsqueda de un destino

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La banda Cabalgaba sobre un corcel oscuro, una entidad única forjada por la fusión de dos voluntades.  La misión, imperiosa, contra la delincuencia, lo impulsaba a través de calles estrechas, hacia un norte incierto. La adrenalina inundaba sus venas, alimentando la ilusión de ser invencible.  Los jinetes, sombras siniestras que se aproximaban, eran solo un obstáculo más en su camino.  El choque fue brutal, una colisión entre dos fuerzas opuestas. Sin embargo, el impacto lo dejó indemne, fortalecido por una fuerza sobrehumana. La victoria, sin embargo, no le trajo paz.  La sensación de vacío que la seguía era más profunda que cualquier miedo que hubiera sentido antes.  La misión cumplida lo dejaba frente a una nueva interrogante:  ¿Cuál era su verdadero destino?

El naufragio

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El bolso azul, con su contenido vital, había desaparecido.   El tren descarrilado, la laguna embravecida, y el barco se había partido en dos; cada evento era un eslabón más en una cadena de imprevistos.  Vestido con un uniforme de cierta jerarquía, se encontraba atrapado en ese barco a la deriva, una isla flotante en un mar embravecido. La alarma resonaba, anunciando peligro, pero la sensación de urgencia era ajena a él.  Mientras los demás huían despavoridos, él descendía por las escaleras, flotando más que caminando, hacia el corazón mecánico del barco. Rodeado de motores y tuberías, allí encontraba una extraña paz, desde donde trataba evitar el hundimiento.  El caos reinante en la cubierta parecía lejano y ajeno.  En aquel espacio confinado, la situación se diluía en una sensación de fatalismo apacible, pero todavía no estaba todo dicho.

La esperanza perdida

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  Atravesaba la multitud como autómata, su mirada perdida en el vacío.  La puerta con el letrero "Socio" se abrió ante él, revelando un mundo paralelo, regido por reglas desconocidas.  Deslizándose por la baranda, descendía a un nivel inferior, donde, la realidad se distorsionaba aún más. En la plaza, los barrenderos, con sus ropas manchadas de azul y sus rostros pintados, jugaban como niños. La invitación a unirse a su juego fué una tentación, pero él la ignoró, impulsado por su deseo de salir de ese mundo. Al llegar al muelle, se encontró frente a una imagen desoladora: la lancha, símbolo de escape, se alejaba lentamente.  La sensación de pérdida, de haber llegado demasiado tarde, lo invadió.  Paralizado en el muelle, observaba cómo se desvanecía en el horizonte, llevándose todas sus esperanzas.

Su única opcion

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El taxi, un espacio de tránsito, se transformó en una celda en movimiento. El conductor, figura confiable, había desaparecido, sustituido por un intruso que usurpaba su identidad.  La situación, imprevista y caótica, generaba una sensación de desamparo. Las advertencias premonitorias que hacía, caían en saco roto y  crecía su impotencia ante la situación.  El recuerdo de un episodio similar con su contador, una figura de confianza que lo traicionó, agravaba la sensación de desconfianza hacia los demás.  La ciudad, vista desde la ventanilla, se convertía en un laberinto hostil, un escenario de pesadilla. La decisión de saltar del vehículo en movimiento era una apuesta desesperada por recuperar el control sobre su destino.  La multitud, antes anónima, se convertía ahora en su posible salvación. Era su única opción.