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La casa de ella

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En un instante especial, el se encontraba en la casa de ella, rodeado de un silencio que pesaba como plomo.  La figura oscura, un amigo de ella, lo observaba como si fuera un arbitro de su propia vida.  La tensión se acumulaba en su pecho, un dolor punzante lo ataba a un destino incierto.  En la mesa, las esculturas de madera, rojas y verdes, parecían burlarse, pero contuvo su deseo destructivo. Al salir, la fría brisa del exterior le recordó la libertad, pero en su interior dominaba la angustia.  Ella se alejaba, su figura se desvanecía como un sueño al despertar.  La separación se tornó en un grito mudo, el deseo de romper las cadenas invisibles que lo mantenían cautivo en un mundo absurdo.  Sin poder articular sus pensamientos, se quedó parado, como espectro en su propia existencia, enfrentando la realidad de su soledad.

El Sudario blanco

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Ella, envuelta en un sudario blanco y antifaz negro, anunciaba su partida a una reunión.  El niño nuestro, que yo llevaba en brazos, pequeño y frágil, era testigo de la escena.  La cancelación de la reunión fue rechazada. La negativa se transformó en una sentencia irrevocable: "separación".  Cada uno en su casa. El hogar, antes refugio, ahora campo de batalla donde circulaban palabras como cuchillos.

Traición y derrota

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Defensor acérrimo de aquel viejo castillo, del mástil sin bandera, él había jurado protegerlo hasta el último aliento.  La lucha se libraba entre defensores e invasores. Su vida transcurría de guardia en guardia. Sin embargo, ese día, Álvaro, un viejo amigo, irrumpió en su mundo por la rampa. Lo saludó con una sonrisa, le colocó una escarapela en la solapa que desencadenó la invasión.  La batalla fue limpia, sin derramamiento de sangre, la derrota fue amarga.  El castillo quedó en manos del invasor, pero él quedó en libertad.  La derrota y la escarapela, marca de infamia, pesaban sobre su pecho.

El amor de mi vida

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Mientras los cuerpos y sonrisas se entrelazaban:  Él : -- " ¿De verdad crees que eres la mujer de mi vida? " Ella : -- "¿ Te acordás los botones que desaparecieron de tu abrigo aquella noche.? " Él : -- " Los botones.. sí, lo recuerdo. Pero, ¿qué tienen que ver? " Ella : Se acerca, su voz se vuelve imperceptible   -- " Todo tiene que ver con todo.  Todo está conectado. "

La estrella robada

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Se había ganado el cielo, o al menos eso creía.  Yacía en una nube, acariciando la cabellera dorada de una estrella de Holywood, un ser etéreo que respondía a sus caricias con un suave balanceo. La eternidad, pensaba, sería así: una calma infinita, un amor puro y celestial. De pronto, una sombra se proyectó sobre ella. Una mujer, rechoncha y risueña, emergió de la nada, sus cabellos recogidos en dos ridículas colitas. Se acercó a la estrella y con voz autoritaria, le susurró algo al oído.  La estrella, antes tan sumisa, se levantó y siguió a la mujer, sin mirar atrás. Quedó solo, flotando en la nada, observando cómo se alejaban.  La eternidad, ahora, era un abismo vacío.  

La tienda abandonada

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La tienda de arte había mutado. La pared, antes sólida y cálida, ahora es fría e impersonal.  Manuel, el artesano, había desaparecido, evaporado junto a las virutas de sus esculturas. Sus obras, antes llenas de vida, yacían inertes en los estantes, como fósiles de un mundo pretérito. Al avanzar en aquel espacio, encontró una fiesta a la que no había sido invitado.  Aislado, se sintió intruso en su propio mundo. Al salir, chocó con una mujer adulta, canosa, mayor que él.  Un roce involuntario y la mujer retuvo su mano, su sonrisa, una grieta en la realidad.  Comprendió, entonces, que el mundo era un laberinto sin salida para él, se sintió perdido.

El martillo de Dios

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El sanatorio era un laberinto de pasillos blancos y puertas metálicas.  Detrás de cada una, espantosas escenas.  Los pacientes, seres reducidos a sombras, eran “tratados” con un martillo de goma. La impotencia lo ahogaba. ¿Cómo desafiar semejante maquinaria de dolor? Entonces, ella apareció. Una mujer, médica, una isla de belleza en aquel mar de locura. Sus ojos, reflejaban su propia indignación.  En su abrazo, sintió un calor extraño, una promesa de redención.  Juntos, tal vez, podrían romper las cadenas de la locura y liberarlos.  Pero ¿cómo?