Se habÃa ganado el cielo, o al menos eso creÃa. YacÃa en una nube, acariciando la cabellera dorada de una estrella de Hollywood, un ser etéreo que respondÃa a sus caricias con un suave balanceo. La eternidad, pensaba, serÃa asÃ: una calma infinita, un amor celestial.
De pronto, una sombra se proyectó sobre ella. Una mujer, rechoncha y risueña, emergió de la nada, sus cabellos recogidos en dos ridÃculas trenzas. Se acercó a la estrella y le susurró algo al oÃdo. La estrella, antes sumisa, se levantó y siguió a la mujer, sin decir palabras.
Quedó solo, flotando en la nada, observando cómo se alejaban. La eternidad, ahora era un abismo.
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