La escarapela



Defensor acérrimo de aquel viejo castillo, del mástil sin bandera, él había jurado protegerlo hasta el último aliento. La lucha se libraba entre defensores e invasores. Su vida transcurría de guardia en guardia. Sin embargo, ese día, Álvaro, un viejo amigo, irrumpió por la rampa. Llegó con una sonrisa, le colocó una escarapela en su solapa y desencadenó la invasión. La batalla fue limpia, sin derramamiento de sangre y la derrota fue amarga.  El castillo quedó en manos del invasor, pero él quedó en libertad.  La escarapela, marca de la traición, pesaba más sobre su pecho, que la derrota.

Publicar un comentario

0 Comentarios