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La camioneta

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Se acercó al edificio con la misión de guardar los carteles de la calle.  Al llegar, la camioneta negra bloqueaba la entrada. Intentó ignorarla, pero el vehículo se deslizó hacia adelante, como una criatura con voluntad propia. Incapaz de entender lo que ocurría, decidió subirse y retrocederla.  Dentro, el espacio atiborrado de bolsas de compras, el aire era asfixiante.  Terminaba de mover la camioneta,  cuando abría una puerta, una persona inesperada: la expresidenta.  Su presencia, aunque cordial, lo llenó de angustia.  Ella preguntó, él respondió lo que había hecho y  ella lo invitó a que desayunar juntos.  Pero la atmósfera opresiva, la inquietante calma, la angustia que sentía le impedían aceptar.  "Voy a buscar los carteles", dijo, sabiendo que ya no había carteles que buscar.

Materia gris

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Lo sostenía entre sus manos, una masa blanquecina y palpitante. Antenas diminutas se agitaban en su superficie, buscando algo. Era su propio cerebro, extraído, tangible. Al presionar ciertos puntos, un líquido espeso brotaba, la mente misma estaba supurando.

La casa de ella

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En un instante especial, el se encontraba en la casa de ella, rodeado de un silencio que pesaba como plomo.  La figura oscura, un amigo de ella, lo observaba como si fuera un arbitro de su propia vida.  La tensión se acumulaba en su pecho, un dolor punzante lo ataba a un destino incierto.  En la mesa, las esculturas de madera, rojas y verdes, parecían burlarse, pero contuvo su deseo destructivo. Al salir, la fría brisa del exterior le recordó la libertad, pero en su interior dominaba la angustia.  Ella se alejaba, su figura se desvanecía como un sueño al despertar.  La separación se tornó en un grito mudo, el deseo de romper las cadenas invisibles que lo mantenían cautivo en un mundo absurdo.  Sin poder articular sus pensamientos, se quedó parado, como espectro en su propia existencia, enfrentando la realidad de su soledad.

El Sudario blanco

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Ella, envuelta en un sudario blanco y antifaz negro, anunciaba su partida a una reunión.  El niño nuestro, que yo llevaba en brazos, pequeño y frágil, era testigo de la escena.  La cancelación de la reunión fue rechazada. La negativa se transformó en una sentencia irrevocable: "separación".  Cada uno en su casa. El hogar, antes refugio, ahora campo de batalla donde circulaban palabras como cuchillos.

Traición y derrota

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Defensor acérrimo de aquel viejo castillo, del mástil sin bandera, él había jurado protegerlo hasta el último aliento.  La lucha se libraba entre defensores e invasores. Su vida transcurría de guardia en guardia. Sin embargo, ese día, Álvaro, un viejo amigo, irrumpió en su mundo por la rampa. Lo saludó con una sonrisa, le colocó una escarapela en la solapa que desencadenó la invasión.  La batalla fue limpia, sin derramamiento de sangre, la derrota fue amarga.  El castillo quedó en manos del invasor, pero él quedó en libertad.  La derrota y la escarapela, marca de infamia, pesaban sobre su pecho.

El amor de mi vida

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Mientras los cuerpos y sonrisas se entrelazaban:  Él : -- " ¿De verdad crees que eres la mujer de mi vida? " Ella : -- "¿ Te acordás los botones que desaparecieron de tu abrigo aquella noche.? " Él : -- " Los botones.. sí, lo recuerdo. Pero, ¿qué tienen que ver? " Ella : Se acerca, su voz se vuelve imperceptible   -- " Todo tiene que ver con todo.  Todo está conectado. "

La estrella robada

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Se había ganado el cielo, o al menos eso creía.  Yacía en una nube, acariciando la cabellera dorada de una estrella de Holywood, un ser etéreo que respondía a sus caricias con un suave balanceo. La eternidad, pensaba, sería así: una calma infinita, un amor puro y celestial. De pronto, una sombra se proyectó sobre ella. Una mujer, rechoncha y risueña, emergió de la nada, sus cabellos recogidos en dos ridículas colitas. Se acercó a la estrella y con voz autoritaria, le susurró algo al oído.  La estrella, antes tan sumisa, se levantó y siguió a la mujer, sin mirar atrás. Quedó solo, flotando en la nada, observando cómo se alejaban.  La eternidad, ahora, era un abismo vacío.