Revivió su marchita esperanza


























Lo esperaba con el papel en la mano, clara muestra de la burocracia reinante, que contenía explícitas instrucciones. No habría palabras, ni saludos; el Presidente llegaría al lugar, donde todo estaría dispuesto. La rutina, organizada, no admitía margen para el error.

Su perro ladró, entonces, lo sacó con su correa, un simple gesto para liberarlo del silencio y lo llevó al jardín, en frente de la oficina. Allí se detuvo, pero una tensión palpable y premonitoria, lo hizo regresar. 


En la oficina, un cuarto lleno de teléfonos y pantallas, el caos había estallado. El Guardia y el Secretario estaban enredados en cruenta lucha y el orden que hasta entonces había reinado, se desmoronaba en pedazos.

 

El Secretario, alguna vez un halcón temido e implacable y por supuesto, psicópata no diagnosticado, era ahora víctima de un poder mayor que lo desafiaba y lo superaba. Un golpe final lo dejó en el suelo, tal vez sin regreso.


El Presidente no llegó y en su ausencia, la estructura se derrumbó.


Había sido involuntario testigo de un acto de plena justicia y percibía que soplaban nuevos vientos, en su vida.


Renació su marchita esperanza y su futuro se alumbró, en ese instante.

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