Los autos, de carrera fórmula 1, cubiertos por una lona, esperaban una orden que nunca llegaría. Los observaba en silencio, sabiendo de que debía conducir uno de ellos, aunque la tarea fuera titánica. Sin embargo faltaba el "misil atómico". Una ausencia incomprensible, pero real.
El vehículo estaba incompleto, como él mismo. No había nadie más, en el galpón y mientras pensaba como podía resolver el inconveniente, una alarma radioactiva rompió el silencio.
Su cuerpo se puso en marcha, en forma automática, corrió, sin destino alguno, sólo escapó del galpón.
Cuando el alma le volvió al cuerpo, entendió que la verdadera carrera, esa para la que había sido preparado, no era para batir records de velocidad, sino para huir de lo que no podía entender.
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