Madre desconfiada







Despertó en un cuarto a oscuras, la única luz provenía de una lámpara parpadeante. 

Su madre, en la penumbra, le tendía un papel arrugado. Cifras y garabatos se entrelazan en una danza sin sentido. 

“¡Mira!”, exigió, “me están robando”. 

La ira lo invadió de inmediato. 

Golpeó el suelo con rabia, un sonido sordo que resonó en la habitación. 

“¿Por qué siempre desconfias?”, rugió. 

Su voz, áspera y llena de enojo, resonó en el silencio. 

En una esquina, su hermana menor, se acurrucaba en sí misma, sus sollozos apenas eran audibles. 

La factura, ese pedazo de papel insignificante, se había convertido en un arma, en un detonante que había desatado su ira y su dolor. 

La desconfianza, como una enfermedad, había corrompido y arruinado los lazos familiares.

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