Ausencia absoluta


















Lo observaba a través del vidrio como se mira a una criatura lejana, prisionera en una jaula invisible. 


Su padre, siempre tranquilo, se hallaba atrapado en una burbuja de aislamiento, donde la enfermedad se aferraba a su piel bajo la forma de globos amarillos, como parásitos que la medicina había sido incapaz de combatir. 


Aquello era un fracaso y el fracaso lo abrumaba desde dentro.


Se apartó, intentando hallar espacio para procesar el horror, el malestar profundo de ver cómo se desmoronaba el cuerpo de su padre. 


Entonces, en un acto de voluntad incomprensible, levantó sus manos hacia el cielo y sintió fluir la energía, una fuerza vital, invisible, que atravesaba su interior. Luego, canalizó esa fuerza a través del vidrio, apuntando hacia los globos, y uno a uno comenzaron a desaparecer. Primero los del brazo, luego los del torso, hasta que no quedó rastro de ellos.


Pero al terminar, se hizo un vacío a su alrededor. No había nada, sólo un espacio inmenso y una quietud interminable, una paz sin fin. 


Estaba en un limbo, donde ni el alivio ni el dolor tenían sentido, donde la ausencia era absoluta. 


Y en esa ausencia, él había dejado de existir.

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