El poder de la violencia







El edificio se alzaba en espiral, un rulero que desafiaba la gravedad, retorciéndose sobre sí mismo hacia las alturas. 


Escalaba sus incontables peldaños, cada uno más alto, cada uno más pesado, mientras su ansiedad aumentaba con cada paso. 

El viento aullaba y el edificio, danzaba a su ritmo, transformándose en una criatura viva que amenazaba con devorarlo.

Huyó, buscando refugio en la ciudad, pero la calma era efímera. Un tranvía, una isla flotante en un mar de asfalto, lo alejó por un instante de la pesadilla, pero la paz era ilusoria.

Una sombra de persecución lo alcanzó. Los pasos resonaban detrás de él, una amenaza que crecía a cada segundo.

Se escondió en un garaje, pero allí en la oscuridad, sabía que era una presa fácil.

“No te muevas”, ordenó una voz áspera. Era una amenaza que iba más allá de lo físico, que lo redujo a la nada. 


Gritó, el taxi que pasaba lo escuchó, pero prefirió huir.

Lo obligaron a caminar, a someterse ante la violencia degradante. 

La dialéctica, su única arma, resultó inservible ante la fuerza bruta.


La ciudad, era testigo y también cómplice, del poder de la violencia.

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