La ciudad, cual salvaje selva







El edificio se alzaba en espiral, un rulero que desafiaba la gravedad, retorciéndose sobre sí mismo hacia las alturas. Subía sus escaleras, cada vez más alto, mientras su ansiedad aumentaba a cada paso. El viento aullaba y el edificio, danzaba de un lado para el otro, transformándose en una criatura viva que amenazaba con devorarlo.

Huyó, buscando refugio en la ciudad, pero la calma fue efímera. Un tranvía, lo alejó por un instante de la pesadilla, pero la paz era ilusoria, porque una sombra lo perseguía. Los pasos resonaban detrás de él, una amenaza que crecía a cada segundo. Se escondió en un garaje, pero allí en la oscuridad, sabía que era una presa fácil. No te muevas”, ordenó una voz ronca. Era una amenaza, que lo redujo a la quietud, por un instante. 

Pidió auxilio al taxi que pasaba, que lo escuchó pero prefirió huir. Lo obligaron a caminar, la dialéctica, la única arma que tenía para defenderse, resultó inútil, ante semejante ataque. La ciudad, cual salvaje selva, fue testigo y cómplice de la violencia impune.

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