Palabras que no serán nunca impresas



El Jefe los llamó, uno a uno, a su oficina, repartiendo etiquetas con la tarea asignada, como si el orden fuera lo más importante del mundo. Él era el empleado sobresaliente, el más confiable. Así lo habían decidido todos. Las etiquetas autoadhesivas repartidas, debían ser colocadas en la lámpara de hierro, cuyos brazos parecían multiplicarse con cada nueva tarea. El Jefe intentó imprimir una tarea, pero no tenía máquina de escribir. Todos rieron, menos él. Aquel vacío, fué una sombra que lo afectó en silencio. Lo entendió de inmediato, como siempre lo hacía. Buscó en los cajones, en los armarios y en los rincones más remotos de la oficina, pero no encontró nada. Entonces se preguntó: ¿qué buscaba realmente? 

¿Una máquina de escribir, para palabras que no serán nunca impresas? 


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