Atravesó la tranquera destartalada, levantando una nube de polvo. El camino, una cicatriz en la tierra, lo condujo al galpón de chapas, donde los niños, con sus gestos amenazantes, parecÃan custodiar un secreto. Los ignoró y cruzó el portal hacia el nuevo mundo.
Las calles, antes polvorientas, ahora relucen bajo el sol. Los edificios, antes desvencijados, son fachadas coloridas y ventanas relucientes. Los rostros, antes entristecidos por la lucha, ahora irradian una calma contagiante.
HabÃa dejado atrás el caos, la miseria, la lucha por la supervivencia. HabÃa encontrado el orden perfecto, una belleza artificial. Sin embargo, algo en esa perfección resultaba intrigante. Observaba una felicidad que no comprendÃa. La lucha por la supervivencia ahora era reemplazada por el sometimiento a fuerzas abstractas, a una autoridad que dictaba las reglas de ese nuevo orden.
Atrapado entre dos mundos: el caos del pasado y el orden del presente, sin encontrar un lugar en ninguno de ellos.
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