Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando las entradas de 2007

Vestido de negro

Yacía en la cama, la mirada fija en el techo agrietado. Su madre, una sombra envejecida, ocupaba la silla junto a él.  De pronto, la puerta se abrió y entró Nik, su sobrino, imponente en su traje negro. Las palabras brotaban de sus labios como un torrente, dirigidas a su madre, quien, a pesar de su avanzada edad, lo escuchaba con una paciencia infinita.  Nik hablaba de negocios, de éxitos, de un mundo que al protagonista le resultaba ajeno y hostil.  El joven, con su sonrisa triunfante, parecía haber conquistado el mundo, mientras el protagonista, ajeno, escuchaba.  Cuando Nik se marchó, su madre susurró, con una voz que parecía venir de muy lejos: "Este golpea todas las puertas".

Madre desconfiada

Despertó en un cuarto a oscuras, la única luz provenía de una lámpara parpadeante.  Su madre, en la penumbra, le tendía un papel arrugado. Cifras y garabatos se entrelazan en una danza sin sentido.  “¡Mira!”, exigió, “me están robando”.  La ira lo invadió de inmediato.  Golpeó el suelo con rabia, un sonido sordo que resonó en la habitación.  “¿Por qué siempre desconfias?”, rugió.  Su voz, áspera y llena de enojo, resonó en el silencio.  En una esquina, su hermana menor, se acurrucaba en sí misma, sus sollozos apenas eran audibles.  La factura, ese pedazo de papel insignificante, se había convertido en un arma, en un detonante que había desatado su ira y su dolor.  La desconfianza, como una enfermedad, había corrompido y arruinado los lazos familiares.

Freud y Jung

La casa, un laberinto de espejos y cuadros, lo esperaba.  En su interior, los doctores Freud y Jung, figuras colosales de la psicología, lo aguardaban.  La esposa de Jung, una mujer de cálida belleza, dominaba la escena.  Su primera pregunta, impulsiva, resonó en el estudio.  "¿Ustedes están juntos porque separados no serían nadie?".  La risa irónica de Freud, lo contagió.  Jung, imperturbable, lo observaba desde las sombras.  Su siguiente pregunta, aún más atrevida, la gota que faltaba: "¿Tendría el valor de adoptar un hijo si no pudiera tener uno propio?".  Jung se levantó, su silueta desapareciendo en la penumbra.  Solo quedó la esposa, sus ojos fijos en él.  "No puede soportar que le hagan las mismas preguntas que él mismo ya se hizo".  El se sintió desnudo, expuesto.  Había traspasado una frontera invisible, había perturbado un orden precario.

Huir del tiempo

La oscuridad envolvía el edificio. Subió al ascensor pese a la penumbra, con decisión irrevocable.  A través del vidrio, la escena lo paralizó: un joven amarrado a un alambrado, brazos en cruz, clavado por un palo empuñado por una figura indistinguible. El horror lo abrumó; su mundo, se desmoronaba ante la evidencia. Al salir, dos figuras lo esperaban: una, con el rostro blanco de payaso, la otra, cubierta con un antifaz, ambas cargando con la sombra de la culpa, ambas sospechosas. El tiempo se volvió denso, el atrapado entre ellos, pero escapó. La calle prometía un respiro, pero en el peaje, lo absurdo lo aguardaba. Una muñeca de madera, sonrisa pintada, labios rojos y trenzas, emergió del puesto. Abrió la boca. Detrás de su inocente fachada, unos dientes metálicos bramaron.  Una angustia abrumadora lo desmoronó.  Sabía, entonces, que no se escapaba de ellos, ni del ascensor, ni de la muñeca.  Solo del tiempo.  

Reconciiación

Se encontró frente a NIK, una figura agradable, pero hábil psicópata y traicionera al fin. Ahora estaba allí, parado pero mudo.  Él le preguntó : ¿debo darte la mano?  El silencio de NIK lo abrumó. El gesto, tan sencillo y absurdo a la vez, se consumó.  Él extendió su mano y se unió a la de NIK. El aire se impregnó de un aroma de rosas frescas, un perfume nítido de rosas blancas, invisibles pero presentes, irrumpieron en la escena.

Procesión

Rodeado por una multitud que lo ignoraba, llegó al lugar donde debía entregar sus documentos. Los vio desaparecer en una pila indistinta, junto a carteras y billeteras ajenas, como si su identidad se diluyera entre las pertenencias de otros.  Avanzó, lentamente, en una marcha sin propósito, acompañado por figuras que apenas distinguía, envuelto en la sensación de estar atrapado en una procesión hacia lo desconocido. De pronto, el miedo lo sacudió: debía recuperar sus documentos. Volvió, sorteando obstáculos absurdos, como una botella de aceite que no debía estar ahí, hasta llegar al mostrador donde un hombre uniformado lo miraba con indiferencia. “No los devolvemos”, fue la sentencia inapelable. La burocracia, insensible e inmóvil, lo despojó de cualquier posibilidad de regresar a sí mismo.

El Jefe

Agregar leyenda Mi Jefe nos había llamado a su oficina para darnos a cada uno de nosotros una lista de tareas, ordenadas por prioridad. Yo era su principal apoyo y él confiaba en mí para llevar a cabo las tareas más importantes.  Las tareas estaban numeradas con una etiqueta autoadhesiva que al ser finalizada, sería pegada en una lámpara de hierro con muchos brazos.  El Jefe quiso imprimir una nueva tarea, pero no había máquina de escribir alguna. Todos se rieron y él se avergonzó.  No me sorprendía, porque era una oficina del estado y por eso yo salí a buscar una máquina de escribir. ¿Necesidad de ser bienvenido?

Comision inspectora

La sala de reuniones estaba ocupada por la comisión inspectora y la atmosfera era tensa. A mí me habían convocado gracias a mi experiencia profesional. De vez en cuando, me pedían mi opinión sobre algunos temas, mientras que una persona repartía tarjetas, souvenirs y piedras. A medida que la reunión avanzaba, uno de los participantes mencionó los millones de documentos almacenados en su sector y a continuación daba instrucciones de cómo se acceder a ellos. La conversación se volvió más caótica, hasta que finalizó y todos se retiraron. Afuera, quería hablar con un experto, pero como no lo encontré me sentí frustrado y confundido.  ¿Reuniones intrascendentes?

Una reunión

John me había invitado a esa reunión, hablábamos de música, mientras el recordaba con entusiasmo sus conciertos de rock, en el sur de Inglaterra. Tan atraído me sentía por la conversación, que le pregunté si tenía planes de hacer un espectáculo en Argentina, a lo cual, él respondió afirmativamente y me dió una invitación, con un descuento del 50%.  Agradecí la invitación a John y me retiré con mucha alegría. Mientras bajaba por las escaleras, me crucé con un mozo que subía  con una bandeja llena de copas, tan cerca que para evitar un accidente, levanté mi pie derecho, lo pasé por encima de la bandeja sin tocar las copas y giré mi cuerpo al mismo tiempo, en una muestra de agilidad y destreza. ¿Obstáculos del camino? .

El ropero

Disfrutaba de un día tranquilo de navegación, mientras charlaba con un marinero, quien me decía,  con voz grave y seria: "Usted tiene que tener un ropero". Como el comentario me sorprendió, le pregunté: "usted tiene hijos", a lo que me respondió que no. Le agradecí su consejo, y dije que, por ahora, con una percha iba a ser suficiente para mí. Me sentía cómodo con mi forma de vida actual y no tenía necesidad de tener más espacio. ¿Desapego?

Tantra

No podía estar mejor acompañado, dado que  una energía luminosa unía nuestros cuerpos, como cordón umbilical. Nuestros labios se habían pegado en un interminable beso, mientras que  nuestros cuerpos suspendidos en el aire, giraban, uno en torno del otro. ¿Conexión eterea?

Padre enfermo

Veía a mi padre a través del vidrio de la sala del hospital, como si fuera un animal enjaulado. Su enfermedad era sumamente contagiosa y estaba aislado, pero mantenía su habitual tranquilidad. Unos globos adiposos de color amarillo cubrían su piel.  Profundo malestar me producía verlo en ese estado y al mismo tiempo pensaba que la medicina había fracasado, porque la enfermedad se expandía con rapidez.  Entonces, me alejé un poco de todos, tratando de encontrar mi propio espacio para procesar mis emociones, me concentoré y con mis manos canalicé la energia universal en dirrección a mi padre. El chorro de energía que salia de mis manos destruía los globos amarillos de una parte de su cuerpo. Luego, extendía mi canalización hacia otras partes, hasta remover todos los globos amarillos. Cuando finalicé, sentí una sensación extraña, a mi alrededor todo se había desvanecido, no había personas, ni objetos, ni movimiento alguno, solo espacio vacío. No percibía mis sentimientos, como tampoco pod