Huir del tiempo

















La oscuridad envolvía el edificio. Subió al ascensor pese a la penumbra, con decisión irrevocable. 

A través del vidrio, la escena lo paralizó: un joven amarrado a un alambrado, brazos en cruz, clavado por un palo empuñado por una figura indistinguible. El horror lo abrumó; su mundo, se desmoronaba ante la evidencia.


Al salir, dos figuras lo esperaban: una, con el rostro blanco de payaso, la otra, cubierta con un antifaz, ambas cargando con la sombra de la culpa, ambas sospechosas. El tiempo se volvió denso, el atrapado entre ellos, pero escapó.


La calle prometía un respiro, pero en el peaje, lo absurdo lo aguardaba. Una muñeca de madera, sonrisa pintada, labios rojos y trenzas, emergió del puesto. Abrió la boca. Detrás de su inocente fachada, unos dientes metálicos bramaron. 


Una angustia abrumadora lo desmoronó. 


Sabía, entonces, que no se escapaba de ellos, ni del ascensor, ni de la muñeca. 


Solo del tiempo.  







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