En el inmenso hangar del portaaviones se acumulaban misiles, cañones y otros artefactos con un poder letal impredecible. Sabía que cuando se abrieran las compuertas laterales, estas armas podrían ser lanzadas en diferentes direcciones, provocando resultados catastróficos. Sin embargo, para los inocentes turistas vestidos con shorts y sandalias que recorrían el portaaviones, estas armas parecían simples juguetes inofensivos, merecedores de miradas curiosas y de impúdicas fotografías. En la cocina del portaaviones, se preparaban exquisitas comidas para una gala que tendría lugar en el salón principal, donde los invitados ya esperaban al Intendente y al Delegado Sindical. Como yo no estaba invitado, me alejé por un camino que zigzagueaba entre plantas, donde una pareja de jóvenes turistas también caminaba. Compartimos el sendero y, mientras hablaba con la chica, el joven se distanció hasta perderse de vista. Nos detuvimos frente a una pared pintada de rosa, y entonces, como por arte de