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Mostrando las entradas de octubre, 2007

Freud y Jung

La casa, un laberinto de espejos y cuadros, lo esperaba.  En su interior, los doctores Freud y Jung, figuras colosales de la psicología, lo aguardaban.  La esposa de Jung, una mujer de cálida belleza, dominaba la escena.  Su primera pregunta, impulsiva, resonó en el estudio.  "¿Ustedes están juntos porque separados no serían nadie?".  La risa irónica de Freud, lo contagió.  Jung, imperturbable, lo observaba desde las sombras.  Su siguiente pregunta, aún más atrevida, la gota que faltaba: "¿Tendría el valor de adoptar un hijo si no pudiera tener uno propio?".  Jung se levantó, su silueta desapareciendo en la penumbra.  Solo quedó la esposa, sus ojos fijos en él.  "No puede soportar que le hagan las mismas preguntas que él mismo ya se hizo".  El se sintió desnudo, expuesto.  Había traspasado una frontera invisible, había perturbado un orden precario.

Huir del tiempo

La oscuridad envolvía el edificio. Subió al ascensor pese a la penumbra, con decisión irrevocable.  A través del vidrio, la escena lo paralizó: un joven amarrado a un alambrado, brazos en cruz, clavado por un palo empuñado por una figura indistinguible. El horror lo abrumó; su mundo, se desmoronaba ante la evidencia. Al salir, dos figuras lo esperaban: una, con el rostro blanco de payaso, la otra, cubierta con un antifaz, ambas cargando con la sombra de la culpa, ambas sospechosas. El tiempo se volvió denso, el atrapado entre ellos, pero escapó. La calle prometía un respiro, pero en el peaje, lo absurdo lo aguardaba. Una muñeca de madera, sonrisa pintada, labios rojos y trenzas, emergió del puesto. Abrió la boca. Detrás de su inocente fachada, unos dientes metálicos bramaron.  Una angustia abrumadora lo desmoronó.  Sabía, entonces, que no se escapaba de ellos, ni del ascensor, ni de la muñeca.  Solo del tiempo.  

Reconciiación

Se encontró frente a NIK, una figura agradable, pero hábil psicópata y traicionera al fin. Ahora estaba allí, parado pero mudo.  Él le preguntó : ¿debo darte la mano?  El silencio de NIK lo abrumó. El gesto, tan sencillo y absurdo a la vez, se consumó.  Él extendió su mano y se unió a la de NIK. El aire se impregnó de un aroma de rosas frescas, un perfume nítido de rosas blancas, invisibles pero presentes, irrumpieron en la escena.

Procesión

Rodeado por una multitud que lo ignoraba, llegó al lugar donde debía entregar sus documentos. Los vio desaparecer en una pila indistinta, junto a carteras y billeteras ajenas, como si su identidad se diluyera entre las pertenencias de otros.  Avanzó, lentamente, en una marcha sin propósito, acompañado por figuras que apenas distinguía, envuelto en la sensación de estar atrapado en una procesión hacia lo desconocido. De pronto, el miedo lo sacudió: debía recuperar sus documentos. Volvió, sorteando obstáculos absurdos, como una botella de aceite que no debía estar ahí, hasta llegar al mostrador donde un hombre uniformado lo miraba con indiferencia. “No los devolvemos”, fue la sentencia inapelable. La burocracia, insensible e inmóvil, lo despojó de cualquier posibilidad de regresar a sí mismo.

El Jefe

Agregar leyenda Mi Jefe nos había llamado a su oficina para darnos a cada uno de nosotros una lista de tareas, ordenadas por prioridad. Yo era su principal apoyo y él confiaba en mí para llevar a cabo las tareas más importantes.  Las tareas estaban numeradas con una etiqueta autoadhesiva que al ser finalizada, sería pegada en una lámpara de hierro con muchos brazos.  El Jefe quiso imprimir una nueva tarea, pero no había máquina de escribir alguna. Todos se rieron y él se avergonzó.  No me sorprendía, porque era una oficina del estado y por eso yo salí a buscar una máquina de escribir. ¿Necesidad de ser bienvenido?