El edificio, un colosal rulero que desafía la gravedad, me atrapa en su vértigo. Subo por escaleras infinitas, cada escalón con mayor ansiedad. El viento ulula, el edificio oscila, transformándose en un monstruo que amenaza con devorarme. Retrocedo, huyo, a la ciudad, me refugio y me ofrece un breve respiro. Un tranvía, una isla flotante, me aleja del caos. Pero la calma es engañosa. Siento pasos, una sombra que se alarga y me acecha. Escondido en un garaje, soy presa fácil. La voz ronca de mi captor rompe el silencio: "No te muevas". La amenaza no es sólo física, sino existencial. El taxi que pasa ignora mis gritos de auxilio. Me obligan a caminar, a someterme a un ritual degradante. La dialéctica, mi única arma, se desvanece ante la brutalidad de aquel instante. La ciudad, testigo mudo, se convierte en cómplice de mi humillación. ¿Miedo a la violencia?