Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando las entradas de abril, 2006

La picana

La "herramienta" constaba de una manija de plástico de la cual salía un grueso cable de  corriente eléctrica, que  terminaba con tres puntas metálicas, a modo de dedos.  Una mujer estaba parada sobre el borde del terreno, donde había un cerco de alambre de dos metros de alto, vistiendo  camisa, pantalón y un par de botas negro.  Ella tomaba6 la "herramienta" con unos guantes de goma y la esgrimía en forma amenazante.  La víctima, que se encontraba atada al alambrado, era un hombre de unos treinta y pico de años y tenía el torso desnudo.  Ella se le acercó, le apoyó los dedos metálicos en el plexo y luego apretó el botón que mandó una descarga eléctrica lo suficiente fuerte para alterar el equilibrio biológico del pobre hombre, que ni siquiera se podía retorcer.  Luego,  ella hacía una pausa, bajaba la "herramienta" y también la vista y esperaba que la desgraciada víctima se recuperara un poco, para repetir la operación.  Al lado de la  víctim

La mancha

Eran pocos los invitados que asistían a la fiesta del palacio. Las grandes salas tenían enormes cuadros, que junto con los adornos renacentistas le daban al lugar un aire distinguido y protocolar. Éramos dos o tres los que vestíamos uniforme. En un salón había un grupo de personas sentadas en actitud de no querer ser escuchadas, entre quienes pude  reconocer a un ex amigo. Un mozo trajo una bandeja plateada con un plato de comida. Era una perdiz casi sin carne, con sus patas hacia arriba y retorcidas.  Me dio asco ver el estado de ese animal y sentí el dolor que pudo padecer a la hora de su muerte. Para despejar mi desagrado, tomé una copa de vino y al llevarla a la boca el vino se derramó sobre mi pecho.  Era espeso, de color negro y lentamente cubrió la tela blanca del uniforme. ¿Como se saca esta mancha?

Un nudo en la garganta

El colectivo se detuvo con un chirrido estridente, anunciando el fin del trayecto. Bajó con su hija, la pequeña con su gorro marinero ruso. Se sintió observado, un cosquilleo recorrió su espalda. Había cambiado los pantalones, ocultando los blancos bajo los azules, una acción inútil, lo sabía. La plaza, antes un lugar de encuentro y esparcimiento, ahora se erigía como un tribunal al aire libre. Al fondo, cinco impresoras gigantescas, como altares de un culto desconocido, escupían papel.  En la pantalla colosal, aparecía su nombre en grandes letras. Fue acusado sin palabras. Un hombre en uniforme, con una expresión impasible, se acercó. En su mano, un papel que leyó en voz alta, como si pronunciara una sentencia  “Mil dólares y tres mil pesos”. La cantidad era absurda y la cifra lo aplastaba. “¿Infracción?”, balbuceó, con un nudo en la garganta. El inspector lo miró, sus ojos fijos, y se encogió de hombros. La gente que se había congregado observaba la escena con curiosidad. Eran cómpli

Cruzó el portal

Cruzó el portal Atravesó la tranquera destartalada, levantando una nube de polvo. El camino, una cicatriz en la tierra, lo condujo al galpón de chapas, donde los niños, con sus gestos amenazantes, parecían custodiar un secreto.  Sin hacer caso, cruzó el portal y entró en un mundo nuevo. Las calles, antes polvorientas, ahora relucían bajo un sol suave. Los edificios, antes desvencijados, mostraban fachadas coloridas y ventanas relucientes. Los rostros, antes entristecidos por la lucha, ahora irradiaban una calma contagiante. Había dejado atrás el caos, la miseria, la lucha por la supervivencia. Había encontrado un orden perfecto, una belleza artificial. Sin embargo, algo en esa perfección resultaba novedoso, intrigante. Se sentía como un observador silencioso de una felicidad que todavía no comprendía. ¿Alicia en el país de las maravillas?

Gigante

El cirujano se inclinó sobre mí. Con un gesto monótono, preguntó:  –¿Tajo largo o corto? – Era una pregunta que no podía contestar. Sabía que no importaba la longitud del tajo, sino lo que vendría después.  –Elija usted–  murmuré, sintiendo que cualquier respuesta carecía de sentido, ya todo estaba decidido. Mientras mi inquietud crecía, sacó de algún lugar dos prótesis cónicas blancas y dijo:   – Las pondré en sus hombros –  Era como si hablara de algo irrelevante, cuando la operación tenía la gravedad de lo irreversible. Dijo entonces: – La cirugía se basa en modelos – y preguntó  – Cuál es el suyo – Susurré   – Orión–  En ese instante supe que había cruzado una línea invisible, del que no podría volver. No entendía por qué había pronunciado ese nombre, pero sentí que la transformación trascendía lo físico. El riesgo era palpable, pero no podía moverme.    El quirófano se tornó inmenso, desproporcionado, algo gigantesco me aguardaba ¿gigante en el cielo?

Una mujer en la cama

La vi al final del pasillo, una silueta que me atraía como un imán. Sus ojos,  me invitaban a perderme en ellos. La seguí, cautivado por su misterio. Entró en la habitación y se tendió en la cama, dejando la sábana ligeramente deshecha. Era una invitación silenciosa, pero me dirigí al b año. El agua fría calmó la tormenta en mi interior.  Al regresar, ella estaba sentada en el borde de la cama, mirándome con una frialdad que me heló el corazón. —¿Te vas? —pregunté, mi voz apenas un susurro. Asintió, y desapareció en la penumbra del pasillo.  Quedé atrapado en una habitación vacía, con el eco de su rechazo resonando en mis oídos. ¿comprension?

La espada de luz

La espada de luz El circo romano retumbaba con el rugido de la multitud. La arena, todavía vacía, concentraba el mar de miradas anhelantes. El César, una figura colosal, irradiaba un poder magnético. Me uní al coro de voces que lo ensalzaban, sintiendo que la energía de la multitud me invadía.  Levanté mi espada y exclamé “hasta la victoria”. Monté en el carro de combate junto al César. Los caballos blancos, con sus ojos llameantes, nos impulsaban hacia la batalla. El campo, se preparaba para recibirnos. Nuestro enemigo, un jefe de guerra vestido de negro, avanzaba hacia nosotros con una determinación implacable. En el momento del choque, hundí mi espada en su pecho. La hoja, de color azul intenso y ondulada como el mar, penetró su cuerpo sin resistencia. Sin embargo, no brotó ni una gota de sangre. La victoria era nuestra. La multitud enloquecía de júbilo.  La espada de luz, era un testimonio mudo de la batalla librada. La clavé en la tierra, marcando el lugar donde el mal fue vencido

Persiguiendo al tirano

Desde la ventana, una figura imponente me observaba. Era un tirano, un ser que irradiaba poder que intimida. Su mirada, dos faros en la oscuridad, me helaba la sangre. Intenté ocultarme, pero era tarde. Ya me había marcado como presa. Un vehículo, desafiando las leyes de la física, ascendía por la pared del edificio. Eran sus perseguidores y mis salvadores. El tirano, al sentir el aliento de la persecución, se lanzó hacia la montaña. Sin dudarlo, corrí tras él. La carrera era frenética. El viento azotaba mi rostro y mis pulmones ardían. Pero la adrenalina me impulsaba hacia adelante. Al fin, lo alcancé. Con un movimiento rápido, lo atrapé. Mi mano se cerró sobre él. Cuando abrí la mano vi con asombro un ser diminuto y frágil.  Encerrado en la palma de mi mano, el tirano era ahora un ser insignificante.   ¿Colapso de un tirano?